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¿Tocamos fondo?

Publicado el 11/05/2018 en Actualidad

La turbulencia y volatilidad recientes en los mercados financieros internacionales amplificada en Argentina por políticas locales coyunturales que derivaron en la corrida cambiaria más grande desde que asumió Cambiemos, provocó una rápida y activa reacción del Gobierno. El anuncio de que Argentina iniciaría conversaciones para un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) se convirtió en el tema de la semana. En medio de la incertidumbre reinante en los mercados, el agitado debate por las tarifas y la desgastante lucha contra la inflación, Argentina anunciaba que volvíamos al Fondo. En perspectiva histórica, este hecho no debería sorprender dado el registro pasado de nuestra economía.

A lo largo de la historia, Argentina ha recurrido al FMI en 26 ocasiones desde que ingresó como miembro en el año 1956. La gran mayoría de estos arreglos tomó la forma de Acuerdos Stand-By (SBA en inglés). Estos acuerdos son los principales instrumentos que el FMI ha utilizado de forma regular desde su creación para auxiliar a países que atraviesan problemas de liquidez originados en desequilibrios de balance de pagos. Fueron flexibilizados en el año 2009 luego de la crisis financiera global y contemplan acceso a crédito efectivo y preventivo. La tasa es más baja que la de mercado pero el FMI impone condiciones que implican aceptar metas cuantitativas, reformas estructurales y auditorías periódicas. Existen otras líneas de ayuda como la Línea de Crédito Flexible y Línea de Precaución y Liquidez (FCL y PLL, en inglés) con mayor flexibilidad y menor condicionalidad pero para acceder a ellas el FMI requiere sólidas condiciones macroeconómicas y políticas económicas robustas. Actualmente, Argentina no cumple con ninguna de estas condiciones.

¿Qué motiva al Gobierno a solicitar el respaldo del FMI? En primer lugar, los mercados internacionales perciben, cuando menos, un problema de liquidez. Si un inversor decide vender sus pesos y comprar dólares y otros hacen lo mismo, los dólares salen del país. Si fuera un problema de solvencia –Argentina no genera recursos externos genuinos para repagar sus deudas-, la situación requeriría acciones adicionales. En cualquier caso, el apoyo del FMI envía una señal de contar con un prestamista de última instancia. En segundo lugar, el Gobierno confirma su apuesta al gradualismo como única alternativa viable políticamente. Asegurarse un fondo de libre disponibilidad extiende su margen y flexibilidad para seguir en ese camino. Finalmente, el Gobierno implícitamente reconoce que su principal preocupación es el déficit fiscal; en caso contrario, si fuera el déficit externo, hubiera dejado que el dólar siga subiendo para mejorar la competitividad en el corto plazo.

Más allá de estas razones, una lectura más profunda advierte sobre algunos peligros de la estrategia de política económica adoptada por el Gobierno desde que asumió en diciembre de 2015, los riesgos asociados a la volatilidad de capitales y las interdependencias entre los diferentes objetivos que pretende atacar. Esto es particularmente relevante ante ciertas características estructurales de la economía argentina y presentes de manera regular en los últimos 70 años: la existencia de déficit fiscal y déficit externo, más conocidos como  “déficits gemelos”. En otras palabras, el Estado gasta más de lo que recauda y el país le compra al mundo más de lo que le vende. En relación al período mencionado, se puede decir que solo durante seis años el Estado recaudó más de lo que gastó y durante la mayor parte de este período le compró al mundo más de lo que le vendió. Esta situación de déficits crónicos debe financiarse y el Estado puede hacerlo de dos maneras: con emisión monetaria y con deuda pública. Al optar por la segunda, el programa económico del Gobierno depende crucialmente de la disponibilidad continua de dólares a bajo costo. Esta situación se mantuvo hasta fines de 2017 aproximadamente.

Incluso con disponibilidad de dólares a bajo costo, existe un problema aún más complejo. El ingreso de dólares vía deuda para financiar el déficit fiscal tiende a agravar el déficit externo por cuanto el exceso de dólares genera una presión a la apreciación del peso disminuyendo la competitividad. El Gobierno evitó parcialmente esta apreciación comprando los dólares externos contra emisión monetaria y recomprando los pesos emitidos contra venta de Lebacs. Finalmente, si la inflación no baja de manera sostenida, los precios de los bienes locales son cada vez más caros en relación a los precios del resto del mundo lo que disminuye aún más la competitividad. Llegado un punto, el Gobierno se ve nuevamente forzado a devaluar (o depreciar) la moneda para recuperar competitividad y así reducir el déficit externo. Esta devaluación (o depreciación) se trasladará gradualmente a precios y la inflación seguirá a niveles altos. El principal desafío pues tiene que ver el destino que se da a los fondos externos: si se destinan a gasto público corriente, importaciones de bienes finales y/o a reconducirse a través de instrumentos financieros (Lebacs), la inversión privada y la oferta de bienes en la economía no aumentará lo que dificultará aún más la baja de la inflación.

Es aún demasiado pronto para dimensionar los alcances de esta crisis aunque todo parece indicar que, al menos en el corto plazo, serán menores en intensidad y magnitud a los de las crisis hiperinflacionaria, la crisis del tequila, y la crisis de 2001/02. En todas ellas, hubo fuertes efectos sobre variables reales (PBI, desempleo, inflación) y reacomodamientos en la política económica. En la situación actual, en cambio, una corrida cambiaria como la de la última semana puede desactivarse relativamente rápido con un mix de señales claras a nivel interno y externo. Las primeras las dio el Banco Central al subir la tasa de referencia en más de 12 puntos y al vender dólares masivamente. Las segundas las dio el Gobierno al anunciar el acuerdo en tratativas con el FMI. Este combo de medidas parece haber apaciguado a los mercados y tranquilizado a los inversores. Pero de ningún modo esto significa que el problema de fondo ha sido solucionado: la existencia y persistencia de los déficits fiscal y externo.¿Tocamos Fondo? No. Pero ahora si podemos verlo. 


Por  Sebastián Freille Ph.D, Profesor Titular de nuestra Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales; Director Ejecutivo del Instituto Federal de Gobierno de la UCC. 

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