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La dinámica del odio que acorrala a la democracia

Publicado el 09/11/2018 en Actualidad

En 1929, Harold Hotelling hizo notar que en elecciones mayoritarias los candidatos tienden a converger en sus plataformas políticas. Esta observación dio pie a que, en 1957, Anthony Downs formulara el teorema del votante mediano. Este teorema, bajo los supuestos de que los votantes deciden su voto de acuerdo con un solo tópico y de que pueden ser ordenados espacialmente en una línea de mayor a menor según sus preferencias en ese tópico, predice que los candidatos en campaña convergirán en una plataforma de centro. Por ejemplo, si asumimos que los votantes deciden a qué candidato votar de acuerdo con el grado de redistribución que estos prometen, entonces supondremos que podemos ordenar en una línea continua -de izquierda a derecha- a todos los ciudadanos, comenzando por los que prefieren una total redistribución hasta llegar a los que prefieren la menor distribución posible.

Además, asumiremos que estos votarán al candidato que esté más próximo a su posición en esa la línea. En caso de que hubiera dos candidatos y se ubicaran en los extremos opuestos de la línea, la elección resultaría empatada porque cada uno recibiría la mitad de los votos que hay desde el centro de la línea hasta su propia posición en el extremo. Lo relevante es que, según el teorema, esta situación llevaría a los candidatos a moverse un poco hacia el centro para aumentar su porcentaje de votos. Por ejemplo, si el candidato situado a la extrema derecha se mueve un poco a la izquierda, los votantes a su derecha lo seguirán votando, pero habrá ganado algunos votos a la izquierda del centro de la línea, con lo que se asegura la elección. Claro que, advirtiendo esto el candidato de la izquierda, imitará a su contrincante y se moverá, como en espejo, hacia la derecha.  El proceso se repetirá por el afán de triunfo de ambos candidatos y, según la teoría, terminarán compitiendo por ocupar el centro exacto de la línea, dado que es la posición que asegura más votos.

En la actualidad, este teorema pareciera ser el aplicado por el Peronismo Federal, o no kirchnerista, para posicionarse en la arena electoral. Aseguran que el oficialismo se enclaustró en los dirigentes de Pro y las recetas del FMI, sin diálogo con el resto de los actores, y que, en el otro extremo, Cristina Fernández de Kirchner se encapsuló en La Cámpora y su discurso incendiario. Con los dos últimos presidentes fijados en los extremos opuestos, habría espacio para que un peronismo amplio no kirchnerista se ubicara en el centro y conquistara una porción mayor del electorado. Sobre todo si se tiene en cuenta que la crisis económica lastima al oficialismo y la causa de los cuadernos, a la oposición kirchnerista. Sin embargo, hasta ahora, las encuestas no respaldan el entusiasmo centrista. El peronismo no kirchnerista no alcanza hoy los números de Cristina Kirchner, como bien se lo recordó ella misma en el Congreso cuando se discutían los allanamientos.

¿Por qué falla nuestro teorema aquí? Nuestra sociedad, bajo la lobreguez de las crisis recurrentes, teme que su fracaso sea irremediable. "No salimos más” es hoy un lugar común. Esta percepción de fracaso impulsa la búsqueda de culpables y es capaz de desatar una dinámica de aversión en la que no son tan relevantes las preferencias redistributivas del votante como su sed de castigar a los culpables. El voto puede hoy estar más influenciado por la distancia que el votante desea tomar de quien considera culpable que por otros aspectos más programáticos. El fracaso, que por reiterado se adivina irreversible, nos polariza.

Si algunos votantes se sienten alienados del sistema político, o al menos impugnan a parte de él, entonces el supuesto de que los votantes deciden su voto de acuerdo con su proximidad a los candidatos en una línea de izquierda a derecha no se cumple. En la realidad argentina el teorema parece de difícil aplicación simplemente porque muchos votantes no están dispuestos a votar por un candidato determinado, más allá de cuánto se les acerque este, simplemente porque descreen de él o de todo el sistema político.

Hay un 35% de la sociedad que está fuera del sistema. Aun si el país se reactivara, no accedería a empleos dignos ni a un aceptable bienestar social. En esa porción más pobre del país, que se siente más alienada del sistema, está el voto duro por Cristina Kirchner.

Preocupada por necesidades básicas como alimentarse, esa fracción descree de los cuadernos o no le importan. Según una encuesta realizada por el Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), el 60% de los votantes en villas y asentamientos del conurbano y el 64% de quienes reciben planes votaron a Cristina Kirchner en 2017. No importa quién se les acerque a decirles qué, los votantes de este sector están con Cristina porque, condenados a la pobreza, descreen del sistema, pero recuerdan que con ella estuvieron mejor.

La aplicación a la realidad de nuestro teorema tiene aún otra complicación. Un sector de los votantes del oficialismo tampoco decide su voto únicamente por su posición de centro o derecha en la línea de preferencias redistributivas. Su voto está también determinado por la negación de legitimidad al sector que considera esclavizado por las dádivas del clientelismo, y no está dispuesto a votar a los candidatos que representan a ese sector, sin importar lo que prometan. Argumentan, a menudo, que de treinta y cinco años de democracia, el peronismo gobernó veinticinco y estamos peor. Aunque no sea el motivo principal de su animadversión, la causa de los cuadernos aumenta la virulencia de esta negación de legitimidad.

De este modo, la línea en la que se distribuyen los votantes, y que el teorema asume continua, aparece quebrada por el eje de a quiénes atribuimos culpabilidad o legitimidad. El centro del espectro sufre, en consecuencia, parafraseando a Tulio Halperin Donghi, una larga agonía. La ancha avenida del medio es, quizás, solo un escueto callejón. Pareciera que nos encaminamos a una reedición del clásico electoral entre los extremos.

En otros países el desencanto también ha llevado a la polarización e, incluso, al triunfo electoral de candidatos llegados por fuera del sistema político. Estados Unidos eligió a Donald Trump cuando tomó conciencia de que el país ya no era el líder mundial de otrora. México eligió a Andrés López Obrador cuando el PAN no fue la alternativa que prometió frente al PRI. Brasil eligió a Bolsonaro desde su propia crisis. En estos países, el centro también se desdibujó, y pobres y desempleados y todos los que dejaron de creer en el sistema político buscaron candidatos en los extremos.

En la Argentina, las aventuras de este tipo todavía parecen lejanas. Sin embargo, si el sistema político no arribara a soluciones económicas y la pobreza siguiera en aumento, el descontento podría radicalizarse y llevarse puesto no solo al oficialismo, sino a toda la clase política. El arco peronista correría el riesgo de ser considerado cómplice de una desestabilización, más allá de que lo fuera o no. En el peor escenario, el del caos, la pobreza, el hambre y la destrucción de valor llegarían a lo intolerable y de ahí podría emerger cualquier candidatura; incluso la de un famoso con posiciones extremas. Esas aventuras son peligrosas, por lo que sería bueno que el sistema político apuntara a no fragmentar aún más a los argentinos y, especialmente, a buscar cómo integrar al tercio de la población más vulnerable. La dinámica de la aversión no solo polariza, también atenta contra la democracia.


Por P. Rodrigo Zarazaga sj
Doctor en Ciencia Política. Director del CIAS (Centro de Investigación y Acción Social).

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