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Democracia

Publicado el 15/09/2020 en Noticias UCC

La democracia está en crisis. Es una crisis de larga duración y de alcance global que abarca tanto a países centrales como periféricos. Los consensos en este sentido son amplios y disponemos de un repertorio de términos que dan cuenta de esta situación: "recesión" democrática, "desencanto" democrático, "insatisfacción" con la democracia, "odio" a la democracia, entre otros.

Por su alcance y profundidad, esta crisis bien puede caracterizarse como "estructural". Lo que está en crisis es la democracia como significante y significado. Estamos frente a lo que Laclau llama una dislocación, esto es, una "apertura" de lo instituido que hace evidente su imposición hegemónica por la exclusión de otras alternativas que ahora emergen "reactivadas" como genuina posibilidad. La crisis de la democracia es una crisis hegemónica y su salida será el resultado de una disputa intelectual, ética y política en torno a lo que la democracia es.

¿Cuáles son los términos de esta dislocación y disputa? Lo que hoy se desvanece es la por mucho tiempo arraigada noción (minimalista) schumpeteriana de la democracia como un sistema de selección de gobiernos en un marco de derechos civiles y políticos básicos, más allá de lo que opinen quienes no gobiernan sobre sus (peores o mejores) resultados sociales. Por cierto, no podemos menospreciar la vigencia de estos derechos ni dejar de defenderlos. De lo que se trata es si la vigencia de estos derechos agota el alcance de los compromisos sociales que constituyen la base de una vida en comunidad que merezca llamarse democrática. Sabemos hoy, cuando esta "vieja" democracia en crisis se ha extendido en el globo como nunca antes, que en muchos casos está "capturada" por poderosos intereses económicos (Acemouglu y Robinson) y sujeta (no menos que otros sistemas) a los condicionamientos de poderosas "oligarquías" (Winters); falla en evitar un aumento escandaloso de las desigualdades (Piketty), el saqueo indiscriminado de recursos naturales que nos conduce a catástrofes ecológicas, sociales y humanitarias sin precedentes (Harvey) o genera gobiernos que "promueven la impunidad, la mentira, el abuso de poder, la concentración de la riqueza, y la corrupción pública y privada" (Asamblea de Provinciales de la Compañía de Jesús en América Latina).

La venerable esperanza democrático-liberal, expresada maravillosamente en aquella histórica frase de Alfonsín "con la democracia se come, se cura, se educa" (y, podríamos haber agregado, se salvan mujeres de los femicidios, se frena la agresión a la naturaleza, se reduce la pobreza, se evitan las desigualdades extremas, se preservan las identidades culturales, se protege a las comunidades campesinas, etc., etc.) yace hoy en ruinas, dislocada. Ha devenido en lo que Ranciere llama "posdemocracia", una democracia "reductible al mero juego de los dispositivos estatales".

Las alternativas que se abren ante esta dislocación incluyen las regresiones autoritarias anti-democráticas cuyas señales ensombrecen el futuro de muchas de nuestras sociedades. Pero incluyen también la reactivación de otras concepciones democráticas post-liberales. Una de ellas, neoliberal, nutre a la concepción minimalista de un ethos que hace de la libertad y la autonomía individuales el límite infranqueable de toda concepción aceptable de la vida social, cualesquiera sean los costos, individuales y colectivos, que deban pagarse para ello. Esta alternativa democrática es para muchos de nosotros un retroceso hacia un individualismo pernicioso y ciego, en una regresión intelectual de doscientos años al tosco liberalismo de Bentham y James Mill. Otra, que emerge con cada vez más fuerza, apuesta su construcción ética a una ampliación social de la idea de democracia.

Una vida social justa no será ahora sólo (ni mayormente) el eventual resultado de un sistema político que garantice elecciones libres, sino un proceso orientado hacia una "sociedad democrática" en la que sean inadmisibles (en tanto antidemocráticas) no únicamente la falta de libertades, sino diferencias sustanciales en las posibilidades de desarrollo individual y colectivo por distinciones de propiedad, de competencias de mercado, de raza, de edad, de género, de religión o de identidades culturales y territoriales. Iniciativas como las de "ingreso ciudadano" o las recientes rebeliones en Chile contra las desigualdades que permean la sociedad chilena, son expresiones de esta nueva concepción y esperanza democráticas.

Que esta esperanza se concrete es lo que está en juego.

La democracia es hoy una idea abierta.


Por Marcelo Nazareno, docente e investigador de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y director del Doctorado en Política y Gobierno de la Universidad Católica de Córdoba.

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