El año de la Fe | Algunas reflexiones


El 11 de octubre pasado se cumplieron cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II. Con ocasión de esta conmemoración la Iglesia Católica declaró el comienzo del año de la Fe (que concluirá el próximo 24 de noviembre –festividad de Cristo Rey-).

Durante este año se promueve la reflexión acerca del don de la Fe y sus implicancias.

Algunas reflexiones

Me ha parecido bueno iniciar el año con una reflexión respecto de este acontecimiento, ya que somos una Universidad de la Iglesia Católica y por lo tanto la Fe significa algo central en los orígenes de la Universidad y su identidad.

El modo de concebir la Fe en la Universidad Católica de Córdoba es inclusivo y no excluyente: la Fe animó a los fundadores y nos anima a muchos miembros de la comunidad universitaria; sin embargo –lo sabemos- no es un limitante para acceder a la Universidad. Nadie es discriminado por sus creencias (o sus no creencias) religiosas. Creemos, como decía Tertuliano que “Es de derecho humano y de derecho natural que cada uno puede adorar lo que quiere.”(1) También lo afirmaba Lactancio: “La religión es la única cosa en que la libertad haya elegido su domicilio…Nadie puede ser obligado a adorar lo que no quiere”(2). Compartimos esa visión amplia que impregnaba al cristianismo de los Padres de la Iglesia.

“La Fe viene por el oído”, decía Santo Tomás de Aquino. Quienes tenemos Fe, creemos porque hemos escuchado la Palabra: alguien nos predicó el Evangelio y creímos. Pero también lo sabemos por experiencia, creemos fundamentalmente por el testimonio, por lo que vemos y palpamos de la Fe de otros. Cuando alguien se muestra consistente en su Fe nos mueve a preguntarnos: ¿por qué esta persona actúa así, hace estas opciones, vive de esta forma? La Fe es intransferible, pero hay gestos, signos, palabras que marcan un camino, o que despiertan la inquietud.

Creer es un acto personal, que va más allá de lo racional, sin embargo la Fe no es irracional. Lamentablemente muchas veces se confunde Fe con superstición, con pereza intelectual, con comodidad. La Fe no nos ahorra la duda, la incertidumbre, las angustias, la pregunta. El Cardenal Newman definía a la Fe como “la capacidad de sobrellevar dudas”.

Los creyentes no somos desertores de este mundo. Vivimos en él, somos seres humanos y compartimos angustias, preguntas y esperanzas. La Fe nos da una certeza: Dios está siempre con nosotros. Pase lo que pase es posible dejarse encontrar por Él y experimentar su amor incondicional. Aún en situaciones durísimas. Con todo, no hay que confundirse: la Fe no es un narcótico que nos anestesia ante el dolor; ni es un salvoconducto que preserva de las desgracias. Creer no ahorra las enfermedades, desdichas y calamidades. Creer, en todo caso, ayuda a encontrar en medio de la oscuridad el haz de Luz que nos da Horizonte y Esperanza.

A veces se escucha decir ante un hecho doloroso (o injusto): “Dios lo quiso”. Creo que esto responde a una concepción discutible de la Fe. Dios no quiere el sufrimiento humano; es más, durante su ministerio Jesús se la pasó aliviando a los que estaban oprimidos por el sufrimiento.

Dios tampoco quiere la injusticia. Por el contrario, la Fe Cristiana afirma que son felices los que trabajan por la Justicia (Cfr. Mt. 5, 10). La Fe no justifica la injusticia. Una Fe que resigne a las personas a aceptar la injusticia y la explotación del hombre por el hombre, es una farsa y un pecado. La Fe verdadera rechaza la injusticia, la explotación y la opresión y lucha para desterrarlas. El creyente toma partido por el que sufre y el que está en desventaja, porque el mismo Jesús dijo que en los necesitados Él está (cfr. Mt. 25, 40).

Reflexionar sobre el don de la Fe implica –para los creyentes- volver sobre un acontecimiento y a una experiencia personal. La Fe no debería entenderse particularmente como el asentimiento intelectual respecto de ciertas afirmaciones magisteriales, sino más bien como un acontecimiento: una experiencia interior que tiene consecuencias exteriores. Creemos en un Dios Padre de todos, creemos en lo que Jesús nos ha revelado sobre Él; por eso creemos que todos los hombres y mujeres son nuestros hermanos.

Creer tiene dos consecuencias: el Amor al prójimo y la Esperanza

Una cosa que se nos enseña desde el comienzo del cristianismo es que el que dice que ama a Dios a quien no ve y no ama a su prójimo a quien ve, es un mentiroso (Cfr. 1 Jn. 4, 20). Amar a Dios es amar al prójimo. Las consecuencias de la Fe deben verse en el modo de tratar a los hermanos. Simone Weil decía: “lo que me muestra si alguien de verdad conoce a Dios no es cómo habla de Dios, sino cómo habla del prójimo”.

A lo largo de la historia, como Iglesia hemos tenido puntos altos y puntos bajos en cuanto al amor al prójimo. La Iglesia ha engendrado grandes santos y personas entregadas a sus hermanos por su Fe, y también hemos tenido no pocos períodos de oscuridad y vergüenza.

En nuestra historia latinoamericana también ha habido esta ambigüedad: mientras ha habido mártires que dieron su vida por la Fe, la justicia y el respeto de los derechos humanos, ha habido también sectores del laicado y también de la jerarquía, en connivencia con los que oprimían a los más débiles. Decía, hace varios años, un documento eclesial: “Cunde en América Latina –incluso entre muchos cristianos- la conciencia de que…el cristianismo ha sido en Latinoamérica una religión funcional al sistema. Sus ritos, templos y obras han contribuido a canalizar la insatisfacción popular hacia un más allá totalmente desconectado del mundo presente, por lo cual el cristianismo ha frenado el reclamo popular frente a un sistema injusto y opresor.” (3)

Para la Compañía de Jesús la Fe no se entiende sin la promoción de la Justicia. Fe y Justicia van inseparablemente unidas: “Fe y Justicia. Nunca una sin la otra” decimos en uno de nuestros más recientes documentos (CG 35. D2. nº 15). Afirmamos, como lo hacía Juan Pablo II en su encíclica inaugural Redemptor Hominis que la lucha por la Justicia es “esencial a la Fe”; no es algo accidental; es decir que no se puede ser cristiano de verdad si no se trabaja por un mundo más justo.

El papa Benedicto XVI nos dijo a los jesuitas reunidos en la última Congregación General: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la Fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2. Cor. 8, 9). De ahí que resulte natural que quien quiera ser verdadero compañero de Jesús comparta realmente el amor a los pobres. Nuestra opción por los pobres no es ideológica sino que nace del Evangelio”(4).

Como Universidad Jesuita, entonces, entendemos la Fe inseparablemente unida a la búsqueda de un mundo más justo, como nos enseñó Jesús. Por eso hacemos ciencia, formamos profesionales y proyectamos socialmente el conocimiento: para ayudar a construir una sociedad más justa. De ahí la verdad de nuestro lema: buscamos formar personas de Ciencia, Conciencia y Compromiso.

En la realidad, siendo Mediadores de Esperanza

Pero la Fe no se vive abstractamente; se da encarnada en la realidad. Se cree en un contexto particular, en un momento particular de la historia.

Particularmente nos toca ser universitarios y creyentes en un contexto complejo: lleno de dificultades, con hermanos nuestros que no pueden acceder a bienes básicos, con una pobreza que acorrala cada vez a más conciudadanos, con un proceso social en el que la división y la violencia están cada vez más presentes. En este contexto trabajar por una sociedad más justa es imprescindible. Es una de las formas del Amor que surge de la Fe. Es algo esencial a nuestra identidad Universitaria, Católica y Jesuita.

En situaciones sociales complejas y conflictivas, la tendencia más primaria suele ser preocuparse de lo propio y dejar de lado a los demás. Centrarse en lo cercano, la familia, el propio trabajo, las rutinas que nos dan seguridad y poco más. Este es un modo de vivir las realidades inestables y amenazantes.

Otro modo es asumir una mirada más amplia y generosa: sembrar en medio de la tempestad, mirar donde otros no miran y extender la mano a los que quedan heridos, al margen, apaleados al costado de los caminos. La Esperanza se construye de ese modo. Hay Esperanza –creemos los cristianos- porque Dios no nos abandona; pero ese Dios se nos hace cercano a través de otros hermanos que se hacen prójimos y ofrecen una mano, una palabra, un gesto y se empeñan en construir cuando todo parece aconsejar otra cosa.

Como educadores somos de algún modo Mediadores de Esperanza. Ante nuestros estudiantes estamos testimoniando que vale la pena enseñar y aprender, formarse, superar el “hasta ahí nomás”, la mediocridad. Damos testimonio de que hay cosas que valen la pena estudiarse, preguntas que hay que plantearse y desafíos que afrontar. También queremos anunciar que el conocimiento tiene una responsabilidad social para con los que no pueden acceder a las aulas universitarias, con los que padecen las desigualdades e injusticias.

La docencia en la UCC tiene también en esta perspectiva, un valor incalculable: enseñar es un acto de Esperanza. Implica creer que a alguien le importa y le sirve lo que uno tiene para ofrecer, que aquello que a uno mismo lo motiva y lo hace vibrar es relevante para otros. Ser docente implica un acto de Fe: creer en la fuerza del conocimiento y en la capacidad que tiene el conocimiento de abrir horizontes. Tiene además en la UCC el plus de poner a la persona en el centro como finalidad del conocimiento. Nuestra docencia debe ayudar también a crear inquietud en los estudiantes para desear comprometerse con la construcción de una sociedad más justa e inclusiva.

Los Estudiantes construyen la esperanza cuando estudian a conciencia, cuando piensan en construir una sociedad más justa con su título, cuando se preocupan por los desfavorecidos. Trabajar por una sociedad más justa implicará ser de verdad “estudiantes”; es decir personas que se esfuerzan por aprender, por formarse y por comprometerse con la realidad. Significará adquirir conocimientos pero también una conciencia crítica sobre la realidad y la necesidad de transformar la realidad en algo mejor y asumir el compromiso de hacerlo desde la propia profesión. Ser estudiante de la UCC implica no sólo aprobar exámenes, sino formarse para tender puentes en una sociedad cada vez más fragmentada.

Los Directivos tenemos el deber de ser Mediadores de Esperanza: alentando, señalando horizontes realistas, ofreciendo sentido para el esfuerzo; ampliando la perspectiva, predicando con el ejemplo.

Como Institución seremos Mediadores de Esperanza si intentamos hacernos la vida mejor unos a otros y si nos preocupamos en poner nuestros conocimientos y nuestra credibilidad a favor de los más necesitados de la sociedad, y si ofrecemos nuestra voz para amplificar otras voces que encuentran dificultades para hacerse oír. Como bien decía Ignacio Ellacuría (5) : “la Universidad debe encarnarse con los pobres.” “Debe ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a veces a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que justifiquen su verdad y su razón”.

Concluyendo

El año de la Fe es una buena ocasión –para los creyentes- para reflexionar sobre nuestros motivos para creer y para reafirmar nuestro compromiso con las consecuencias de esa Fe.

Es un buen tiempo para reafirmar nuestra convicción de que la Fe que da fuerza a nuestra identidad universitaria católica, solo será cristiana y convincente si nos mueve a trabajar por una sociedad más justa, más equitativa. La Fe –cuando es genuina- viene acompañada del amor al prójimo y de la Esperanza. Y hoy, la lucha por la Justicia es uno de los rostros de la Esperanza. “Cada uno desde su puesto haciendo lo que debe”, como dice la Oración de la Universidad, podemos ser Mediadores de Esperanza.


El año de la Fe | Algunas reflexiones  Institucional UCC
P. Lic Rafael Velasco, sj

Rector

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(1) Tertuliano, Ad scapulam c. II (PL I, 777)
(2) Lactancio, Epitome divinarum Institutionum 54 (PL VI, 1601).
(3) Juventud y Cristianismo en América Latina. Documento final del Seminario sobre problemas de juventud organizado por el Departamento de educación del CELAM; Bogotá 1969, 22
(4) Alocución del Papa Bendicto XVI a la Congregación General 35; 21 de febrero de 2008.
(5) Ignacio Ellacuría: Jesuita, rector de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas; asesinado por las fuerzas paramilitares del Salvador a causa de su compromiso con la justicia, el 16 de noviembre de 1989, junto a cinco compañeros y dos mujeres que trabajaban en la comunidad universitaria.




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