Carta del P. Rector por la Pascua

La semana santa nos pone ante la memoria de Cristo Crucificado y Resucitado.  Lamentablemente esta memoria suele ser más un rito estratificado que una reactualización. Un rito estratificado en el tiempo, un tiempo pasado en el que hubo hombres crueles que rechazaron al Hijo de Dios hecho hombre; pero nos cuesta reactualizar el misterio en las numerosísimas crucifixiones y crucificados de nuestro tiempo actual, víctimas de la crueldad y la injusticia.



“¿Qué significa el recuerdo del Dios crucificado en una sociedad oficialmente optimista que camina por encima de muchos cadáveres?”
(J. Moltmann)

Queridos miembros de la Comunidad Universitaria:

La semana santa nos pone ante la memoria de Cristo Crucificado y Resucitado. El misterio central del Cristianismo.

Lamentablemente esta memoria suele ser más un rito estratificado que una reactualización. Un rito estratificado en el tiempo, un tiempo pasado en el que hubo hombres crueles que rechazaron al Hijo de Dios hecho hombre; pero nos cuesta reactualizar el misterio en las numerosísimas crucifixiones y crucificados de nuestro tiempo actual, víctimas de la crueldad y la injusticia.

La fe en el Dios crucificado es una interpelación por la multitud de crucificados hoy por el hambre, la falta de trabajo, la exclusión, la falta de acceso a la justicia…y tantos otros calvarios.

Repetimos generalmente que Jesús -con su muerte- “nos liberó de nuestros pecados”. Una afirmación a examinar cuidadosamente.
¿Qué significa que nos liberó de nuestros pecados? ¿Una suerte de limpieza de una mancha invisible en nuestro interior?

El pecado, en primer lugar, nunca es exclusivamente una realidad íntima personal que se dirima solamente entre Dios y la persona. Por lo general en la Biblia –amén de ser un acto personal- el pecado tiene repercusiones sociales y comunitarias. El pecado del rey David –por ejemplo- afecta a todo su pueblo, el pecado de los jefes hace que los demás sufran, los pecados de los padres repercuten en los hijos, según esa conciencia religiosa.

Más allá de que hemos evolucionado en la concepción de las responsabilidades personales, no debemos olvidar que el pecado significa un hecho con incidencias sociales y es malo –fundamentalmente- porque afecta a otros y afecta en particular a inocentes e indefensos. Más que una “ofensa” realizada a Dios, es un daño realizado al prójimo. En todo caso Dios se siente afectado porque se ofende y se hiere a quienes son su imagen: los seres humanos en particular los humildes y los pobres. Baste recordar que los profetas en el AT se quejan del culto vacío de su pueblo que rezaba e iba a las celebraciones , pero luego extorsionan, pelean, desatienden al huérfano y a la viuda (es decir a los indefensos). Eso es pecado. Los mismos profetas denunciaban el pecado de los reyes (los gobernantes) que consiste en no hacer justicia al oprimido e inclinar la balanza a favor de los poderosos.

Esa significación social tenía el pecado en el Antiguo Testamento; y era grave porque significaba romper la alianza con el Dios que es Justo y Compasivo. Por la Alianza el pueblo se comprometía a obrar como su Dios: que era compasivo con los pobres y sufrientes. El pecado era romper esa relación con los demás, que era símbolo de haber roto con Dios.

Con esta conciencia de fondo decimos que Jesús viene entonces a liberarnos del pecado.

Esto significa que viene a romper esa dinámica de insolidaridad e injusticia que daña a los hermanos, para establecer relaciones de solidaridad, de acogida con los excluidos, de compasión que libera de toda religiosidad vacía e hipócrita y de toda opresión.

Por su muerte y resurrección Jesús rescata al ser humano de esa dinámica de egoísmo e indiferencia hacia el prójimo y de la dureza de corazón. Eso significa el pecado y todas sus consecuencias. Como decía el card. Pironio: “es el mismo Dios quien…envía a su Hijo para que hecho carne, venga a liberar a todos los hombres de todas las esclavitudes a las que los tiene sujeto el pecado, la ignorancia, el hambre, la miseria y la opresión, en una palabra, la injusticia y el odio que tienen su origen en el egoísmo humano”

Celebrar la Pascua es celebrar esa liberación; por lo tanto es celebrar que Jesús vino a romper los lazos que nos amarran a nuestro egoísmo a fin de hacernos entrar en una dinámica de entrega por amor (eso es lo que representa su muerte en la Cruz); una entrega que muchas veces es silenciosa y oculta, tanto que hasta parece que Dios se ausenta (Jesús llega a exclamar “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”).

Haciéndose solidario con los que se sienten radicalmente alejados de Dios (los crucificados por la injusticia, la violencia y otras contrariedades de la vida) Jesús marca un camino de luz en medio de la oscuridad: si se vive la vida en solidaridad con los que sufren, como entrega por amor, aún en los momentos de oscuridad, finalmente Dios cosechará vida de esa semilla enterrada; esto significa la resurrección: Dios haciendo triunfar lo sembrado con amor, para una vida nueva, una vida en plenitud que comienza aquí en este mundo y es anuncio de lo que será la Vida definitiva.

Pero para ser liberado, hay que hacer lugar a la liberación, para que el pecado (es decir el egoísmo, la indiferencia y el odio) deje de tener fuerza en las relaciones humanas, hay que trabajar por relaciones humanas más justas y solidarias. Trabajar con amor para aliviar el sufrimiento.

Tal vez, entonces, la semana santa sea más santa si nos anima a trabajar por la liberación de los efectos del pecado en nuestra sociedad, si nos inquieta para trabajar por un mundo más solidario y justo. Seremos “liberados” del pecado si nos decidimos a trabajar por la liberación de quienes padecen estructuras injustas (fruto de lo que Juan Pablo II llamaba “Pecado social”). Así la Pascua será realmente paso de Dios entre nosotros. Y de verdad reactualizaremos lo que celebramos, no ya como un recuerdo borroso del pasado, sino como vida verdadera que libera y ayuda a que todos los seres humanos vivamos una vida más humana y feliz.

Que tengan una muy feliz Pascua.

Con afecto.

Carta del P. Rector por la Pascua  Institucional UCC



 

 

P. Lic. Rafael Velasco, sj
Rector



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