¿Jugamos?


Cuando pensamos en jugar, sin dudas pensamos en niños, en juguetes, en tiempo libre y en un mundo de fantasía, propio, imaginario, donde somos lo que queremos y pasa lo que queremos; la omnipotencia tiene su mayor despliegue en el juego. El juego es un sueño y un proyecto al mismo tiempo: un sueño porque es irreal, aunque muchas veces imite algo de la realidad, supone algo que al chico no le está ocurriendo realmente en ese momento… y un proyecto, porque en el juego se plasman los ideales, los “quiero ser”, los “me gustaría”.

Si los adultos tomáramos conciencia de la importancia del juego para la vida del niño le haríamos un buen lugar cada  día; acompañar al niño para su  juego no es simplemente entretenerlo, sino promover en él los medios y las herramientas necesarias para incentivar la creatividad, la capacidad de pensar, el  saber hacer; en el juego el niño es activo, él mismo crea y resuelve sus problemas, “en el jugar el niño produce su personalidad y practica los vínculos” y es en su juego donde se pondrá de manifiesto desde su  capacidad de simbolizar  hasta aquello que le duele o le asusta… en el jugar conocemos al niño y sabemos lo que le pasa y lo que le interesa, y esto no es referible sólo al espacio del consultorio, también en la escuela la seño sabe por dónde anda el niño cuando lo ve jugar…

¿Y los papás, qué saben?

 Los papás saben que los niños de hoy y de hace un tiempo están mucho tiempo “distraídos en la pantalla” y digo distraídos porque ese es justamente el efecto de las pantallas. Distraer proviene del latín dis (separar, negar, contrariar) trahere (tirar, arrastrar); de manera que la pantalla dis-trae, es decir separa, aparta la atención del niño y la arrastra hacia otra realidad donde él es completamente pasivo, donde efectivamente está arrasado porque se anula su autonomía, ahora él está al servicio del juego y el juego deja de ser un modo de expresión de su fantasía, inclusive  muchas veces he observado niños fundidos en el juego de la pantalla al punto de quedar su cabeza toda ocupada por las imágenes aunque ya no las estén viendo…y con ello una cierta dificultad para realizar otras tareas, otros aprendizajes y diferenciar eso de la pantalla con lo que es su realidad.

Creo que los adultos debemos pensar para qué nos sirven las pantallas y quizás desde ahí nos asomamos a entender por qué a los niños les gustan tanto… muchas veces pasa que gracias a las pantallas nos distraemos de nuestros niños...un rato…descansamos… Las exigencias laborales y la dificultad para vivir con una jornada laboral razonable producen hemorragias de energía en los padres de hoy, y al llegar a la casa lo trabajoso allí es producir modos vinculares placenteros, o más aún producir situaciones de encuentro… la pantalla al mismo tiempo que pone la distancia, permite el “estar juntos sin molestarse”.

Y si mejor jugamos?


Por Mariela Zachetti, titular de Psicología de la niñez (UCC), docente en Psicología de la UNC y miembro del Espacio de infancias (UNC).



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