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Susan C. Stokes

 
Partidos Políticos y Democracia

Translated and reprinted, with permission, from the Annual Review of Political Science, Volume 2 ©1999 by Annual Reviews
www.annualreviews.org"
Traducción: Marcelo Nazareno

 
“Los partidos políticos crearon la democracia... la democracia
moderna es inconcebible sin partidos.” 
 E. E. Schattschneider (1942) 
 
Introducción 
 
Schattschneider creía que los partidos políticos habían creado la democracia americana a través de un "pequeño experimento republicano" (1942:3) atrayendo a las masas hacia la vida política. A pesar de este logro, Schattschneider se quejaba de que los teóricos políticos se hubieran mantenido silenciosos en relación con papel de los partidos políticos en la fundación de aquella democracia y que permanecieran así un siglo y medio después[1]
Los fundadores de la república americana intentaron crear instituciones en las que los partidos y facciones no pudieran prosperar; sin embargo los partidos surgieron cuando la democracia americana todavía estaba aún en su infancia, así como han aparecido en cada democracia sobre la tierra. Más tarde, teóricos normativos, muchos de ellos no menos escépticos que Madison o Jefferson acerca de los partidos como promotores del bien público, consideraron a los partidos políticos como una realidad desagradable, una cizaña robusta que brotaba en lo que, de lo contrario, hubiera sido el bien cuidado jardín de las instituciones democráticas. 
Entre los teóricos positivistas y los estudiosos empíricos de la democracia, el interés en los partidos políticos es mayor. En la temprana posguerra, los cientistas políticos en los Estados Unidos anhelaban el fortalecimiento de partidos que permitieran “gobiernos de partidos”; sus aspiraciones están presentes también en los observadores actuales de las nuevas democracias en Europa Oriental y América Latina, quienes adjudican los déficits de estas democracias a la ausencia o debilidad de partidos políticos. Quizás, porque su mundo normativo se ordena no alrededor de las nociones de bien público, sino alrededor de la representación eficaz de inevitables intereses en pugna, los teóricos positivos de la democracia son más propensos a no ver a los partidos como una cizaña sino como un microbio necesario, alojado profundamente en el aparato digestivo, quizá carente de atractivos, pero vital para mantener el cuerpo político con buena salud. Desde una perspectiva, los partidos promueven intereses que son parciales (nótese la etimología común) o extremistas; desde otra, los partidos son el eslabón entre los intereses de los ciudadanos y las acciones del gobierno. Además de inducir a los gobiernos a ser responsables frente a los ciudadanos, los partidos ponen orden en los procesos legislativos, reducen los problemas de multidimensionalidad del espacio de asuntos a tratar en las legislaturas y proporcionan a los votantes un objetivo político al cual adherirse. El debate sobre los partidos políticos -¿son un mal inevitable? ¿son lo que hacen democrática a la democracia?- permanece irresuelto. Y no se resolverá hasta que no se alcance algún acuerdo sobre la naturaleza de los partidos -cuáles son sus objetivos y cómo están estructurados. En esta revisión bosquejo las posiciones en pugna dentro este debate y sugiero direcciones para la investigación empírica que pueden ayudar a resolverlo, o por lo menos llevarlo hacia un plano puramente normativo. A esta tarea está dedicada la segunda sección. En la primera sección, reviso las corrientes de investigación más importantes sobre los partidos políticos en la ciencia política de posguerra.
La discusión se restringe a los partidos políticos en democracias [es decir sistemas políticos en los que los puestos de gobierno importantes son asignados a través de elecciones justas y competitivas sostenidas en un cronograma regular, y en el que se protegen las libertades de asociación y expresión y los derechos políticos se extienden a casi todos ciudadanos adultos (ver Dahl, 1971)]. Para el tratamiento de partidos en sistemas no democráticos, ver Duverger (1963), LaPalombara y Weiner (1966) y Janda (1993).
Los límites de espacio me fuerzan a ignorar algunas corrientes de investigación, en particular la reciente literatura sobre la conducta de los partidos en las legislaturas. Para un ejemplo de recientes contribuciones, ver Rohde (1991); Cox y McCubbins (1992); Schickler y Rich (1997); Krehbiel (1993); y J.M. Snyder y T. Groseclose (manuscrito inédito). 
 
 
Estudiar los partidos políticos: ¿cuáles son los problemas?
 
Los Orígenes de Partidos Políticos
 
Los partidos políticos son endémicos a la democracia. Sin embargo, no forman parte de ninguna definición formal de aquélla; ni las constituciones de la mayoría de las democracias establecen un rol para los partidos. Ciertamente, en la mayoría de los países los partidos operan en un ambiente poco regulado por leyes. En los Estados Unidos, los fundadores estaban absolutamente determinados contra los partidos. Madison, en El Federalista 10, no estableció ninguna distinción entre partidos y facciones -“una minoría o mayoría” unida por “algún impulso común, de pasión o de interés, adverso a los derechos de otros ciudadanos, o a los intereses permanentes y agregados de la comunidad" (1982 [1787]: 43). Sin embargo, se percataba de que el precio pagado en libertad para neutralizar los factores causales de los partidos sería demasiado grande. Los partidos, entonces, eran un derivado inevitable de la libertad propia de una comunidad republicana combinada con la propensión humana hacia la división y el conflicto.
A pesar de los esfuerzos de los fundadores, incluyendo a los autores de El Federalista, por diseñar instituciones para controlar partidos y facciones, en sólo una década desde el nacimiento del estado americano, aquéllos habían empezado a organizar la vida política de la nueva nación (ver Hofstadter, 1969). 
Muchos estudiosos contemporáneos de la democracia dan una respuesta más optimista a la pregunta del por qué de los partidos. Una de las respuestas principales es que la política legislativa es inestable sin partidos; de ahí que los legisladores que quieran conseguir que una política sea adoptada o quieran que sus preferencias políticas prevalezcan, formarán partidos. Lejos de ser una consecuencia infortunada de la conjunción de la naturaleza humana con las libertades liberales, los partidos introducen efectividad en las instituciones democráticas. 
Un reciente libro titulado ¿Por qué los Partidos? (Aldrich, 1995) explora los orígenes del sistema de partidos americano. Los miembros del Congreso enfrentaron decisiones importantes sobre el reembolso de la deuda y la estructura futura de gobierno. Se hizo evidente, incluso ante los pensadores anti-partido como Hamilton y Jefferson, que podría tomarse ventaja de la coordinación de votos sobre diferentes problemas entre los legisladores con similares (aunque no idénticas) preferencias. La formación de partidos en la legislatura era una reacción natural frente al problema del carácter multidimensional de las agendas y la inestabilidad resultante de la "circularidad" de los resultados de las votaciones. El partido legislativo minoritario tenía entonces interés en movilizar votos para reforzar su posición en la legislatura, llevando a la transformación de partidos legislativos en partidos de masa. Aldrich (1995) se hace eco de la explicación de Schattschneider (1942) sobre las ventajas naturales de la organización de partidos en las legislaturas, basándose en las  teorías de la inestabilidad de las decisiones bajo la regla de la mayoría (Condorcet, 1958; Arrow, 1963; McKelvey, 1976; Riker, 1982; Schwartz, 1986; M.O. Jackson y B, Moselle, manuscrito inédito). 
La universalidad del escenario en el que los partidos se originan en las legislaturas y luego se extienden al electorado, no se ha establecido firmemente. En países donde las dictaduras militares suprimen los partidos por largos períodos, los partidos florecen a menudo antes de que las políticas legislativas se hayan iniciado (ver Linz y Stepan, 1996). En estos casos, la ventaja de la organización en partidos parece surgir de la dinámica de una transición negociada desde reglas autoritarias hacia la democracia, proceso que puede o no tener mucho en común con los procesos legislativos normales. Para saldar el debate, lo que puede significar no tanto establecer los orígenes de los partidos sino las condiciones bajo las que élites políticas o la movilización popular engendrarán partidos políticos, necesitamos mejor y más social y científicamente informada investigación histórica en cuanto a los orígenes de los partidos (ver Vincent, 1966; Cox, 1987). 
El alcance de la respuesta de la "política legislativa" a la pregunta "¿por qué los partidos?" compite en la academia contemporánea con numerosas explicaciones "de abajo hacia arriba" (ver próxima sección). Para una de estas explicaciones, los partidos son la proyección dentro del reino político de clivajes sociales heredados históricamente. Para otra, los partidos surgen por la competencia por cargos a nivel de distrito; hay ventajas heurísticas y de coordinación en organizar esta competencia a lo largo de líneas de partido, particularmente en el salto de partidos locales a nacionales. Nótese que el efecto de los partidos en términos normativos es aún, contra Madison, bueno: aunque ellos no estabilicen las políticas legislativas, dan una más efectiva expresión al interés y la solidaridad de la gente.
 
Sistemas de Partidos, Clivajes Sociales y Reglas Electorales
 
Los partidos son endémicos a la democracia. Sin embargo, su número, grado de institucionalización y estructura varían enormemente de un continente a otro y de un país a otro país. El tamaño de un sistema de partidos (cuántos partidos regularmente compiten en elecciones) y su alcance (qué clivajes e identidades son politizadas y cuáles no) tienen profundas implicancias normativas. Si los partidos canalizan las preferencias, opiniones e intereses de los ciudadanos hacia el gobierno, entonces la expresión de intereses sociales o su supresión vía el sistema de partidos influirá críticamente sobre la calidad de la democracia. En el debate sobre los determinantes, la naturaleza y el tamaño de los sistemas de partidos una de las perspectivas defiende una "sociología comparativa de la política" (Lipset y Rokkan, 1967: 1), mientras otra defiende un análisis institucional. La sociología política explica variaciones en los sistemas de partidos en términos de clivajes sociales subyacentes (Campbell, 1958; Grumm, 1958; Lipson, 1964; Lipset y Rokkan 1967; Rokkan, 1970; Nohelen, 1981; Beyme, 1985; Solari, 1986). En la formulación de Lipset y Rokkan (1967) el sistema de partidos que emergió en los países europeos fue la consecuencia de alianzas que surgieron a raíz de eventos históricos críticos -la Reforma, la construcción de los estados nacionales y la revolución industrial. Aunque la mirada sociológica es algunas veces caricaturizada como ignorante del impacto de las reglas electorales sobre los sistemas de partidos, ella reconoce a menudo la fuerza de las instituciones sobre estos sistemas. Lipset y Rokkan, por ejemplo, reconocen la centralidad de las "reglas del juego electoral" (1967:30) y hacen algunas sugerencias en cuanto a explicar cómo estas reglas surgen de clivajes sociales pre-existentes. Estudios más recientes han llevado este proyecto más adelante. Boix (1997), desde una orientación estratégica de la acción, explica la elección de un sistema mayoritario versus uno proporcional en los países europeos en el momento en que los trabajadores adquirían derechos políticos y aparecían los partidos socialistas. Los votantes y los partidos liberales enfrentaban el dilema de cómo retener el control de los escaños legislativos. Si uno de los partidos liberales pre-existentes dominaba electoralmente al otro, este partido podía servir como un punto focal para los votantes liberales, y la regla de la mayoría permanecía atractiva. Pero si dos partidos liberales existentes dividían de un modo igual los votos liberales, los líderes preferirían cambiar a un sistema proporcional con el fin de asegurar la representación liberal.
El análisis de Boix (1997) es una bienvenida innovación en una sociología comparativa de la política que era débil en cuanto al protagonismo de los actores individuales conscientes (agencia). Los sociológos comparativistas nunca explicaron satisfactoriamente la emergencia y persistencia de un conjunto de clivajes sobre otros. La pretensión de que algunos clivajes sociales son más centrales que otros ignora la amplia evidencia de la no politización de diferencias que, desde un punto de vista histórico o lógico, podrían muy bien ser politizadas (ver Laitin, 1986). Cuando los sociológos comparativistas tratan de explicar por qué uno u otro clivaje es expresado en el sistema de partidos, vinculan estos clivajes a alianzas y divisiones en el pasado distante sin tomar suficientemente en cuenta que la volatilidad de los sistemas de partidos y la declinación de los partidos afectan a muchas democracias (ver Mair, 1997). Kalivas (1996), muestra que las divisiones religiosas, por ejemplo, no son fijas sino que pueden renacer de un período a otro, con drásticos efectos sobre el sistema de partidos. Muestra que el liberalismo anticlerical de fines del siglo XIX llevó a la Iglesia a estrategias de autodefensa, con el resultado eventual - no previsto por ella- del establecimiento de partidos demócrata cristianos. En la medida que la agencia persista hay pocas razones para creer que los sistemas de partidos permanecerán inmutables.
El institucionalismo ha sido desarrollado como una alternativa a la sociología comparativa de los sistemas políticos. Sin embargo, como veremos, los institucionalistas responden mejor la pregunta "¿cuántos partidos?" que la pregunta "¿qué clase de partidos?".
El institucionalismo, se originó en los escritos de Duverger (1951,1966). "La ley de Duverger" sostiene que los distritos uninominales en los cuales la simple pluralidad es requerida para ganar el escaño, producen sistemas de dos partidos en ese nivel electoral. Duverger razonaba que los votantes no desperdiciarían sus votos en partidos con poca chance de ganar representación y que los partidos que fracasaban en movilizar votantes se desalentarían y desbandarían. El mismo razonamiento fue extendido por Leys (1959) y Sartori (1968) a distritos multinominales en los cuales los escaños son asignados por representación proporcional. La representación proporcional produce sistemas con dos o más partidos, dependiendo del número de escaños en los distritos y del número mínimo de votos requeridos para ganar alguna representación legislativa.
Una vasta literatura extiende y refina los descubrimientos de Duverger (ver Leys, 1959; Wildavsky, 1959; Sartori, 1968, 1976; Gibbard, 1973; Satterthwaite, 1975; Riker, 1982; Lijphart, 1994). El avance más importante en esta área desde Duverger es Making votes count de Cox (1997). En el contexto de una discusión más amplia del voto estratégico, Cox muestra que la Ley de Duverger debería ser comprendida como estableciendo un límite superior al número de partidos. A través de un análisis del impacto de diferentes reglas electorales (uninominales con simple mayoría, uninominales con segunda vuelta, representación proporcional de varios tipos), Cox concluye que las reglas electorales interactúan con la "diversidad social" para determinar el efectivo número de partidos en un sistema. La diversidad social entra en el argumento a través del vínculo entre sistema de partidos a nivel de distrito y sistema nacional. Consideremos un distrito uninominal con la regla de simple mayoría. La Ley de Duverger obviamente produce bipartidismo en los distritos individuales, pero ¿por qué debería el sistema nacional repetir esta misma estructura de dos partidos? Cox (1997:186) sugiere que "algún grupo prexistente, que ya es de alcance o perspectiva nacional, busca llevar adelante una tarea que requiere la ayuda de un gran número de legisladores o candidatos legislativos; este grupo, por lo tanto, busca inducir a quienes serán legisladores por varios diferentes distritos a participar en una organización mayor". Los grupos prexistentes pueden ser sindicatos, sectas religiosas, grupos étnicos o intereses regionales. La prominencia de un grupo u otro no es causado por reglas electorales. Los hallazgos empíricos, como aquellos de Taagepera y Grofman (1985), Powell (1982) y Ordeshook y Shvetsova (1994) apoyan la conclusión de que la magnitud del distrito a nivel local, ella misma determinada por reglas electorales, establece un límite superior al número efectivo de partidos; este efecto institucional luego interactúa con la heterogeneidad social para producir el número efectivo de partidos. El institucionalismo necesita una sociología comparativa para dar una completa explicación del sistema de partidos. El trabajo de Boix y Kalyvas sugiere una más vital, estratégicamente sensible sociología comparativa.
 
Los partidos y la movilización de los votantes
 
¿Cómo movilizan los partidos el apoyo de los votantes? La ciencia política de posguerra ofrece respuestas rivales con distintas implicaciones con respecto al impacto de los partidos sobre la democracia: ¿los partidos revelan y agregan las preferencias de los votantes de modo tal que los gobiernos son responsables ante los ciudadanos?. O, ¿los partidos forman oligopolios de competidores con intereses y preferencias contrarias a aquéllas de quienes votan?
Los principales estudios pioneros sobre la conducta electoral veían a los partidos como organizaciones que movilizaban a los votantes a través de vínculos de socialización y afecto. Apoyándose fuertemente en la psicología social, estudiosos de la Escuela de Michigan desarrollaron en los sesenta la noción de identificación partidaria como un vínculo emocional a un partido político, el cual es inculcado tempranamente y el que, salvo en los grandes realineamientos partidarios, da forma a la conducta electoral a todo lo largo de la vida de una persona (Campell et. al., 1960, 1966; Converse, 1969, 1976; Edelman, 1964; Clarke y Stewart, 1998). Más tarde esta perspectiva fue desplazada por aquella según la cual los partidos competían por el apoyo de los votantes cuya postura era más racional e instrumental. Downs (1957) ha afirmado que los votantes eligen a quien votar basados en la proximidad de un partido a su propio punto ideal con respecto a un tema (policy ideal point) (para una revisión reciente ver Ferejohn, 1995). Downs ofreció algunos indicios que sugerían que el nombre del partido puede jugar un rol heurístico al permitir a los votantes localizar a los candidatos en un espacio de temas aún cuando ellos carecieran de detallada información acerca de la política implementada en el pasado por quienes gobernaron hasta entonces o sobre las propuestas de aquellos que los desafiaban electoralmente. Key (1966) es el padre de las teorías contemporáneas del voto retrospectivo, donde los ciudadanos evalúan no la posición sobre un tema, sino el desempeño pasado en el gobierno para decidir cómo votar. Aquí, también, el rol del nombre del partido es heurístico. La visión del "conteo continuo"" (running tully) (Fiorina, 1981), de acuerdo con la cual el nombre de los partidos sintetiza el desempeño pasado de los gobiernos bajo el particular liderazgo de un partido, es una extensión de esta perspectiva (ver también Zechman, 1978; Alt, 1984; Popkin, 1991; Achen 1992). Una clase diferente de rol cognitivo para a los partidos es propuesta por Rabinowitz y Macdonald (Rabinowitz y Macdonald 1989; Rabinowitz et. al., 1991). Comenzando con la observación de que la predicción de Downs de que la convergencia de partidos a la posición preferida del votante medio no se confirma en el mundo real (ver abajo), y siguiendo el camino de Daniel Stokes (1966) quien descubrió la importancia de la "valencia" como opuesta a la posición sobre temas [2], afirman que los votantes perciben a las políticas en términos dicotómicos. Los partidos pueden adoptar o "mi" lado de la cuestión o el "otro" lado. Con el fin de dar señales claras sobre cuál es el lado del partido, estos envían mensajes relativamente "intensos" -los cuales, en términos espaciales, podrían ser considerados extremos. Rabinowitz et al. proveen alguna evidencia empírica de los Estados Unidos para su "teoría direccional" de la competencia entre partidos.
Iversen (1994 a, b) nota la divergencia en las predicciones de la teoría direccional y de los modelos espaciales. Si la teoría direccional es correcta, los partidos deberían adoptar posiciones más extremas (o intensas) que aquellas de los votantes. En el modelo espacial de Downs, por otra parte, se predice que los programas de los partidos convergirán al mismo punto, aquel preferido por el votante medio [3]. Iversen explora estas predicciones con la evidencia de las democracias europeas. Encuentra que, contrariamente a la predicción de los modelos espaciales, los líderes de los partidos de izquierda y los partidos de derecha sostienen posiciones políticas que son extremas en relación a aquellas de sus representados y aún de los activistas del partido. Sólo los partidos de centro ocupan posiciones que convergen en el votante medio. El hallazgo da apoyo al modelo direccional como así también a la perspectiva "movilizacional" (ver Pzeworski y Sprague, 1986) donde los partidos persiguen al mismo tiempo ganancias electorales de corto plazo y cambios de largo plazo en la identidad política y las creencias de los ciudadanos a los que se dirigen. La exploración de Iversen del posicionamiento partidario sugiere que las preferencias de los votantes son formadas por la política electoral y la competencia entre partidos y que ellos responden no sólo a señales posicionales acerca de lo que un gobierno planea hacer, sino también, potencialmente, a orientaciones más profundas por la transformación social.
 
 
Partidos políticos y democracia
 
¿Qué son los partidos políticos?
 
La democracia induce a los gobiernos a ser responsables ante las preferencias del pueblo. Esta es al menos, la pretensión central de muchos teóricos de la democracia. De acuerdo con Dahl (1971:1), "la responsabilidad continua del gobierno frente a las preferencias de sus ciudadanos [es] una característica clave de la democracia"; declaraciones equivalentes abundan. Sin embargo, así como la responsabilidad de los gobiernos a la voluntad del pueblo es controversial en términos normativos, el grado de responsabilidad de los gobiernos electos es puesto en duda (ver S. Stokes, 1998 a; Pzevowrski et. al., 1999). La teoría democrática de posguerra a menudo afirma que los partidos políticos transmiten las preferencias populares a la política. Haciéndose eco de Schattschneider, Key escribió que una "función esencial" de los partidos es obtener "el consentimiento popular para el curso de la política pública" (1958:12) . No obstante, aquí otra vez importa la propia perspectiva que uno tenga de los partidos políticos. Para algunas visiones, los partidos fuerzan a los gobiernos elegidos a ser responsables frente a sus electores. Otras, afirman que los partidos hacen irresponsables a los gobiernos. Mucho está en juego en las perspectivas rivales sobre los partidos políticos. Los estudiosos imputan a los partidos diferentes características en dos dimensiones: sus objetivos y su estructura interna. Los objetivos pueden ser exclusivamente ganar un cargo o pueden también incluir la implementación de su política preferida; la estructura interna de los partidos puede ser unificada o dividida[4]. La Tabla 1 ilustra estas dos dimensiones y localiza en ellas las principales teorías de los partidos políticos.
 
 
Partidos unificados
 
TEORIA ESPACIAL   Comenzando en la celda noroeste de la Tabla 1, la teoría espacial en su forma temprana asumía que los partidos estaban interesados sólo en alcanzar cargos y estaban internamente unificados alrededor de este objetivo. Downs invocaba la metáfora de los partidos como equipos (Downs, 1957; Blakc 1958). Se asumía que los partidos se movían libremente a través del espacio político en su fin de captar votos. La predicción de que los partidos convergerían en un único punto (la posición del votante medio) provocó interrogantes perturbadores acerca del grado de elección que enfrentaban los votantes. Sin embargo, para la mayoría, el desplazamiento ideológico en busca de votos era considerado como lo que hacía responsable al gobierno. La competencia electoral inducía a los partidos y de este modo a los gobiernos, a dar a los votantes lo que ellos querían, precisamente como la competencia económica induce a las firmas a producir lo que los consumidores quieren. Barry (1978:99-100) notó el paralelo entre la teoría espacial y la mano invisible: "así como el panadero nos provee pan, no por la bondad de su corazón, sino en retorno a nuestro pago, así los políticos suministran las políticas que nosotros queremos, no para hacernos más felices, sino para conseguir nuestros votos".
 
 
 Tabla 1
Dos dimensiones en la conceptualización de los partidos políticos
 

Estructura Interna
Objetivos
 
Ganar Cargos
Implementar Políticas
 
Unificada
 
Teoría Espacial
 
Teoría Espacial Modificada
Teoría Direccional
Teoría de la Movilización
 
Dividida
 
Hegemonía de los Funcionarios
 
 
Generaciones Superpuestas
Disparidad Curvilineal
 

 
 
MODIFICACIONES   Moviéndonos a la celda noreste, un conjunto posterior de escritores, aún influidos por la teoría espacial, relajaron la asunción de partidos libres de preferencias o ideologías y exploraron las implicaciones para la competencia entre partidos cuando estos se interesan en el contenido de las políticas al mismo tiempo que en ganar cargos (Wittman, 1977, 1983; Calvert, 1985; Chapell y Keech, 1986). Calvert muestra que si la distribución de votantes a lo largo del espacio político es conocida, aún los partidos con compromiso ideológico convergirán alrededor de la posición del votante medio. La predicción es idéntica a la de Downs bajo la asunción de partidos que buscan sólo cargos [Ledyart (1984), Coughlin (1984) y Hinich (1977) muestran que la convergencia es un resultado más general que el teorema del votante medio]. Calvert razona que, a menos que un partido gane la elección, la oportunidad que tiene de implementar su política preferida es inexistente; de este modo, se inclinará (casi) enteramente a postergar su posición preferida con el fin de triunfar. En consecuencia, la predicción del modelo espacial original de partidos responsables ante las preferencias de los votantes se generaliza al caso de los partidos ideológicos[5].
La perspectiva más cercana a una teoría en la cual los partidos están interesados en expresar posiciones políticas, pero son indiferentes sobre si ganan es la de Edelman (1964). Tales partidos pueden ser pensados como consiguiendo utilidad de la expresión de una preferencia o una ideología, pero pocos ejemplos de una conducta tal como esta pueden ser encontrados entre los partidos políticos.
El argumento es diferente si la distribución de las preferencias de los votantes es desconocida. En este caso, la conducta de los partidos que buscan cargos comparada con la de los partidos ideológicos debería divergir. Se espera que los partidos buscadores de cargos usen la información disponible para construir una aproximación del punto ideal del votante medio y que adopten esa posición; asumiendo que la información disponible es la misma, ambos partidos elaborarán las mismas conjeturas y arribarán a la misma posición [Ferejohn & Noll (1978) derivan un resultado de no convergencia cuando los partidos son puros buscadores de cargos, no tienen certeza acerca del resultado de las elecciones y usan diferente información para formular predicciones acerca de los resultados electorales; ver abajo].
¿Qué podemos decir acerca de los partidos ideológicos? La no certeza acerca del punto ideal del votante medio implica que el resultado de las elecciones es incierto. Los partidos deben elegir posiciones políticas sobre la base de su utilidad esperada. Asumiendo que la posición de campaña de un partido es obligatoria en relación a su posición en el gobierno (ver abajo), la utilidad esperada de adoptar una posición dada es:
 
1.  E(U/xa) = Pw(Vx) + (1-Pw) (Vy)                                                               
 
donde xa es la política anunciada en la campaña, Pw es la probabilidad de ganar la elección, Vx es el valor que el partido deriva de la implementación de su política preferida, y Vy es el valor que el partido deriva de la implementación de la política preferida por el otro partido.
Calvert muestra que el grado de divergencia en la campaña depende del valor de los parámetros. En particular, cuanto más grande es el valor derivado de la propia política comparado con aquel de la política del oponente, más grande es la brecha entre las plataformas. Es de destacar, entonces, que los partidos políticos bajo incerteza son menos responsables frente a los votantes que lo que son los partidos según la formulación del modelo espacial, en el cual los partidos sólo quieren alcanzar cargos. Ahora, su propia predisposición ideológica, como así también la preferencia de los votantes, es lo que determina su posición política.
Este resultado gana relevancia si reconocemos que parte de la no certeza sobre los resultados electorales se produce porque las preferencias de los votantes son parcialmente determinadas por la política electoral. Este es el argumento de la teoría de la movilización, un argumento que ha ganado fuerza por recientes trabajos que exploran el impacto de los mensajes de los partidos sobre la opinión pública (Zaller, 1994; Gerber y Jackson, 1990). Los políticos consideran a las preferencias de los votantes sensibles a las campañas; de otro modo no desperdiciarían tiempo y dinero llevándolas adelante[6]. Bajo el supuesto de preferencias de los votantes parcialmente endógenas, los partidos deben hacer dos proyecciones: sobre la distribución de las preferencias antes de la campaña y acerca de la persuasión que ejerce el mensaje (y de este modo sobre la distribución de preferencias el día de la elección). Mirado de este modo, la asunción de no certeza en relación a los resultados electorales parece realista. Pero aún tenemos mucho que aprender acerca de la formación de las preferencias además de los problemas que la endogeneidad de estas preferencias genera para la teoría normativa de la democracia.
 
Partidos Divididos
 
La mitad inferior de la Tabla 1 está ocupada por teorías que exploran las implicaciones de la competencia entre partidos si estos están compuestos de actores con objetivos conflictivos. Pero por debajo de este nivel de abstracción, estos modelos presentan grandes diferencias. En el modelo de generaciones superpuestas, los partidos inducen a los gobiernos a ser responsables frente a los votantes; en los modelos de hegemonía de los funcionarios y disparidad curvilineal, los partidos hacen a los gobiernos menos responsables frente a los votantes de lo que ellos serían sin partidos.
 
GENERACIONES SUPERPUESTAS    Este modelo conceptualiza los partidos políticos como compuestos por individuos que quieren ganar cargos pero que una vez en ellos desean imponer sus propias preferencias, las cuales son distintas de aquellas del votante medio. Los miembros del partido, sin embargo, los inducen a no satisfacer sus preferencias ideológicas y a permanecer responsables frente a los votantes.
Siguiendo a Alesina y Spear (1988) asumamos un partido político cuyos miembros individuales tienen todos un punto ideal que es excéntrico en comparación con el votante medio. Los miembros del partido saben que sus preferencias se desvían del votante medio, aunque ellos no conocen la distribución exacta de las preferencias de los votantes. Los miembros del partido, a este propósito, son definidos como individuos de rango suficientemente alto, quienes anticipan realísticamente que competirán por cargos electivos en el futuro. Los miembros tienen un número finito de años permaneciendo en sus carreras, y cuando ellos se retiran nuevos miembros toman su lugar. Por simplicidad, consideremos un partido con tres miembros. Al Miembro 1 le queda un período de carrera política; él competirá por cargos ahora y se retirará al final del período. Al Miembro 2 le quedan dos períodos; su turno para competir llegará con el retiro del Miembro 1, un período después del actual. El Miembro 3, el más joven, tiene un horizonte de tres períodos y llegará a la competencia al final del período que le correspondería al Miembro 2. Si, contrafácticamente, el Miembro 1 no estuviera constreñido por un partido, usaría su cargo como una herramienta para su compromiso ideológico personal e impondría su propia política ideal, xp, la cual (por asunción) es diferente del punto ideal del votante medio.
Alesina (1988) muestra que si quienes detentan cargos no están limitados de algún modo, cualquier posición política anunciada será inconsistente a lo largo del tiempo y, de este modo, increíble para los votantes. Los votantes anticiparán que quienes están en el cargo impondrán su propia preferencia política y de este modo esperarán que la política del gobierno diverja de las posiciones de campaña (ver también Ferejohn, 1986). Los votantes sólo creerán las afirmaciones de campaña que reflejen el verdadero punto ideal de los candidatos; los candidatos anunciarán esta verdadera posición, y sus campañas (y políticas) divergirán unas y otras de las preferencias del votante medio.
Pero el Miembro 1 es un miembro del partido, y los Miembros 2 y 3 pueden tener algún medio para controlar su comportamiento en el cargo. Ellos pueden forzarlo a adoptar políticas (y posiciones en su ahora creíble campaña) que coincidan con aquéllas preferidas por el votante medio. Ellos querrán hacerlo así porque su propio futuro electoral se verá perjudicado si los votantes asocian su partido con políticas impopulares del pasado. Alesina y Spear (1988) afirman que los partidos compensan a los funcionarios de su partido así constreñidos, al ofrecerles servicios a cambio de la moderación política, tales como ayudarlos a imponer su agenda en la legislatura o defenderlos ante la prensa y el público. Zielinsky (manuscrito inédito) muestra que reglas democráticas al interior del partido tienen el mismo efecto de obligar a los funcionarios a ser responsables frente a los votantes. Si el partido en el gobierno elige políticas por mayoría de votos de los miembros, entonces, el Miembro 1, actualmente funcionario y cuya tendencia es satisfacer su propia predisposición ideológica, es derrotado por los Miembros 2 y 3, quienes quieren alcanzar cargos en el futuro; por dos votos contra uno, el partido elige la política preferida por el votante medio (xv) sobre aquella preferida por el Miembro 1 (xp). Sea el mecanismo de control la democracia interna o el intercambio de servicios, el impacto del partido es hacer al gobierno responsable frente a los votantes y que este no quede sometido al antojo de funcionarios individuales o al compromiso ideológico del partido.
 
HEGEMONIA DE LOS FUNCIONARIOS   Consideremos ahora un clivaje entre líderes de un partido que son funcionarios, por un lado, y otros que no lo son, por el otro, similar al clivaje descripto anteriormente, salvo por el hecho de que quienes son ahora funcionarios se preocupan principalmente por retener su cargo y no son constreñidos por los miembros no funcionarios cuando se elige la plataforma del partido. Los partidos serán responsables ante el votante medio en los distritos donde ya tienen representación. Pero muchos votantes, potencialmente una mayoría, se verán privados de representantes con posturas políticas más próximas a la propia que aquellas de sus actuales representantes.
Lo que llamo el modelo de hegemonía de funcionarios ha sido desarrollado por Snyder (1994) y S. Ansolabehere y J.M. Snyder (manuscrito inédito) (ver también Austen-Smith, 1984). Los partidos políticos están compuestos de funcionarios "actuales" y quienes aspiran a serlo en una legislatura multidistrital, donde cada distrito es representado por un único miembro. Hay dos partidos. En este modelo, de modo diferente al modelo de generaciones superpuestas, quienes pueden ser funcionarios en el futuro no tienen ningún poder para influir sobre la plataforma partidaria. Los funcionarios se preocupan por retener su cargo, y sus carreras son modeladas como infinitas. Ellos se preocupan también, pero menos, por el tamaño de su partido en la legislatura. Snyder (1994:205) describe la función de utilidad de un candidato del Partido X en el distrito i como
 
2.   U(wi,W)=wi[a+b (W)]                                                                                               
 
Donde wi es un indicador variable cuyo valor es 1 si el candidato del Partido X gana y es 0 si el candidato del Partido Y gana, y donde W es el número total de escaños que consigue el Partido X. Nótese que el miembro del Partido X no deriva utilidad alguna si pierde la elección. Como legislador, él prefiere un número más grande de copartidarios en la legislatura que un número más pequeño, pero se mostrará poco inclinado a reducir sus perspectivas de reelección en favor de agregar miembros de su partido al contingente legislativo.
La plataforma del partido es elegida por miembros que son al mismo tiempo funcionarios (legisladores), inmediatamente antes de la elección. Se asume que las plataformas son vinculantes. Dada la plataforma del Partido Y, el Partido X elige una plataforma que no puede ser derrotada por alternativa alguna en una votación; el Partido Y usa el mismo procedimiento. El proceso para determinar la plataforma es enteramente democrático al menos en lo que se refiere a los miembros que son legisladores. Bajo estas condiciones, las plataformas de los partidos divergen; los legisladores quieren que los votantes sean capaces de distinguir fácilmente su partido de otro. La intuición, como es presentada por Snyder (1994), es que representantes de distritos urbanos Demócratas quieren que los votantes los identifiquen como liberales, tal como los Republicanos de distritos suburbanos quieren que los votantes los identifiquen como conservadores. La divergencia permite a los legisladores retener los distritos seguros.
Un hallazgo crítico es que, en la medida en que los funcionarios están más interesados en proteger sus escaños que en incrementar el número de sus miembros en la legislatura, una mayoría puede no acordar el cambiar la plataforma con el fin de lograr nuevos escaños que el partido estaría en condiciones de lograr pero al costo de reducir la probabilidad de retener los escaños que ya posee. Bajo las condiciones especificadas por S. Anzolabehere y J.M. Snyder (manuscrito inédito) los partidos dejarán pasar la oportunidad de incrementar, aún sustancialmente, sus escaños, y la legislatura puede quedar conformada por representantes cuya posición política es menos responsable frente al votante medio del conjunto total de distritos que si el caso fuera que los partidos fueran más sensibles a cambios en la opinión pública.
 
DISPARIDAD CURVILINEAL   Yendo ahora a la celda sureste de la Tabla 1, consideremos finalmente la perspectiva de la disparidad curvilineal. Desde esta visión de los partidos políticos, igual que en el modelo de las generaciones superpuestas, las preferencias de los líderes divergen de las de los miembros. Pero aquí el efecto no es forzar a los líderes, a pesar de sus preferencias, a ser responsables frente a los votantes, sino más bien forzar a los líderes, a pesar de sus preferencias, a ser irresponsables frente a las preferencias de aquéllos.
En ambos modelos los líderes de los partidos son personas que compiten por (y a veces alcanzan) cargos electivos. Los miembros, en la visión de la disparidad curvilineal, son definidos como activistas o militantes, personas que muy improbablemente alguna vez alcanzarán un cargo. Más importante aún, esas son personas con preferencias políticas intensas que son más extremas que aquellas de la mayoría de los votantes. En la formulación de Hirschman (1970) este no es un supuesto ad hoc sino que surge de los mismos principios de la teoría espacial. Si, como Downs mostró, los partidos que maximizan votos convergen en la posición del votante medio, entonces las personas cuya preferencia política está lejos de esta posición media enfrentan un dilema: ¿cómo forzar a los políticos a tener en cuenta sus preferencias? La " salida" no es una opción atractiva (Hirschman, 1970) Si se abstienen, sólo incrementarán el peso de la opinión de las personas que desacuerdan con ellos. Si muestran su desacuerdo votando por una partido cuya posición está aún más alejada de la propia, estarán apoyando a políticos cuya visión es, para ellos, aún más odiosa que la del partido más próximo.
La solución de Hirschman (1970) es que los extremistas se unen a los partidos. Pueden de este modo ejercitar la "voz" -hostigar, arengar y mantener preocupados a los líderes hasta que éstos cambien su posición política. Si personas ideológicamente extremistas se unen desproporcionadamente a los partidos políticos, entonces la posición media de los activistas del partido será extrema en comparación con la posición del votante medio. Y si los activistas usan la voz efectivamente para cambiar la posición de los líderes de su partido hacia su propia posición, los líderes partidarios (y los gobiernos) serán alejados del votante medio y terminarán en algún lugar entre este votante y los activistas partidarios -de aquí el término disparidad curvilineal acuñado por May (1973). Esta disparidad es la implicación observable de partidos con fuerte presencia de extremistas bajo los supuestos de la teoría espacial clásica de la competencia entre partidos. Hirschman (1970), de este modo, brinda otra plausible condición bajo la cual las plataformas partidarias divergen: cuando los activistas partidarios usan la voz para presionar a los líderes y alejarlos de la posición media. El punto crítico es que, en los modelos de disparidad curvilineal, los partidos reducen la responsabilidad de candidatos y gobiernos frente al votante medio, mientras que en los modelos de generaciones superpuestas ellos imponen esta responsabilidad.
Una objeción a la ley de la disparidad curvilineal desafía su supuesto de las diferencias ideológicas entre líderes y activistas. ¿De dónde vienen los líderes después de todo, sino de las bases del partido? ¿es realista sostener que los líderes no comparten la agenda ideológica de los activistas? La respuesta sugiere una modificación de la formulación de Hirschman (1970) de modo de permitir que las preferencias primitivas o pre- electorales de los líderes sean idénticas a las de los activistas; es la tentación del cargo, antes que fundamentales (y teóricamente ad hoc) diferencias ideológicas, lo que crea un potencial conflicto entre activistas y líderes.
Consideremos al líder del Partido 1. Él quiere ganar el cargo tanto porque ello le permitiría incrementar su política preferida como porque valora el prestigio y las ventajas vinculadas a él; en la frase de Rogoff y Sibert (1988) este líder busca "ego-rentas". El valor de sostener un cargo por sí mismo es denotado por k. La distribución precisa de las preferencias de los votantes es desconocida. Siguiendo a Alesina y Spear (1988) el objetivo de los líderes partidarios al elegir una posición de campaña es maximizar la suma de la utilidad esperada de implementar su política preferida, más la utilidad esperada de mantener un cargo por su propio valor. Alesina y Spear (1988) muestran que el equilibrio de Nash de un juego con dos partidos se encuentra al resolver el siguiente problema:
 
3.  Max w1 = a{P(x,y) u(x)+[1-P(x,y] u(y)} + (1-a) p(x,y) k x
                                                            
para el Candidato 1, y

4.  Max w2 = a{P(x,y) v(y)+[1-P(x,y] v(x)} + (1-a) p(x,y) k y
                                                             
para el Candidato 2. En las ecuaciones de arriba, w1 y w2 son la utilidad de la posición política adoptada por los Partidos 1 y 2, respectivamente. P(x,y) es la probabilidad de ganar dadas las posiciones de campaña x e y. u (x) y u (y) son el valor que el líder del Partido 1 deriva de la implementación de su programa y de la de su oponente, respectivamente; v(x) y v(y) son los valores para el líder del Partido 2. a es el valor que cada líder deriva de la implementación de su programa preferido en relación al valor derivado de mantener el cargo (0 # a #1). Alesina y Spear (1988) muestran que cuanto más los líderes del partido se preocupan por las políticas en oposición al cargo (esto es mayores a en relación a 1-a), mayor es la divergencia entre plataformas. Al mismo tiempo, si el valor derivado del cargo (k) es suficientemente grande, entonces las posiciones políticas convergirán aún cuando a sea grande también. Cuanto más los líderes del partido se aproximen a ser buscadores puros de cargos, más responsable será su plataforma frente a las preferencias del votante medio; cuanto más se acerquen a ser políticos puramente ideológicos que son indiferentes al cargo por su propio valor, más lejanas serán sus plataformas de las preferencias del votante medio.
Los activistas partidarios, en el mundo de Hirschman (1970) son personas para quienes la atracción del cargo se aproxima a 0. Pocos de ellos ascenderán en las filas del partido para alcanzar cargos; su entera motivación para verse involucrados en política es mantener a los líderes del partido fieles a una visión ideológica. En términos del modelo de arriba, para los activistas tanto k como a se aproximan a 0. Los líderes del partido eran ideológicamente idénticos a los activistas cuando ellos militaban en los niveles más bajos; pero en la medida que crecen en la organización crece también el valor que para ellos tiene que el partido gane cargos. k se transforma en un valor diferente de 0 y a comienza a crecer. En este modelo, las posiciones políticas de los partidos reflejan distintas orientaciones ideológicas de activistas y líderes y estas orientaciones son endógenas a su posición estructural en la organización partidaria.
 
Evaluando los modelos de partidos políticos
 
La predicción de convergencia de la teoría espacial es insostenible, aún para sistemas de dos partidos, donde la predicción es más clara. A causa de esta anomalía, los autores cuyo trabajo he revisado trataron de buscar alternativas. Investigaciones recientes confirman que los partidos políticos en sistemas de dos partidos y en sistemas multipartidarios ocupan persistentemente diferentes posiciones políticas, expresadas tanto en sus campañas (ver Klingemann, et. al. 1994) como en las políticas que adoptan (ver Iversen & Wren, 1998; Boix 1998). Modificaciones en los modelos espaciales, de tal forma que los partidos se vean preocupados por ganar elecciones pero careciendo de certezas acerca de la distribución de los votantes, producen divergencias sólo cuando los partidos formulan diferentes predicciones sobre la localización del votante medio (Ferejohn y Noll, 1978). Es posible que los partidos tengan información privada, quizás de sus propias encuestas, acerca de las preferencias del electorado, pero una información privada tal es insuficiente para dar cuenta de las ampliamente divergentes políticas adoptadas década tras década por partidos liberales, socialdemócratas y confesionales en Europa o por demócratas y republicanos en los Estado Unidos. O bien los partidos se preocupan por las políticas tanto como por los cargos, o bien tienen un conjunto de electores más complejos que el votante medio a quienes deben tratar de atraer.
Los modelos de generaciones superpuestas, hegemonía de los funcionarios y la disparidad curvilineal pueden ayudarnos a comprender a los partidos políticos en democracia. Estos modelos divergen en supuestos y predicciones; de aquí que, con datos apropiados, deberíamos ser capaces de decidir entre ellos (ver Tabla 2).
 
Tabla 2
Supuestos/predicciones divergentes de los tres modelos de partidos

Disparidad Curvilineal
       Generaciones  Superpuestas   Hegemonía de los funcionarios
¿Quién controla la plataforma?
Líderes (futuros   candidatos)            Funcionarios Líderes y activistas
Mecanismos de control sobre los funcionarios
 
Servicios de los líderes partidarios
Ningún control
"Voz" -presión de los activistas
Preferencias de los distintos actores partidarios
 
Iguales preferencias inducidas
Divergencia:funcionarios vs. líderes no funcionarios
Activistas más extremos que los líderes
¿Gobierno responsable ante quién?
 
Votante medio
Votante medio en distritos, no sobre la media total
Votante medio y miembro medio del partido
¿Dinámica de la responsabilidad?
 
 
 
Cambios de políticas con la opinión pública
Políticas estables a pesar de cambios en la opinión pública
Cambio de políticas con cambios en la opinión pública pero moderados por la opinión de activistas
¿Efectos de último período?
 
 
No
 
Sí, hacia el votante medio total
Sí, hacia las preferencias de los funcionarios
Estabilidad de la fuerza relativa del partido en la legislatura
Sin predicción
Estable
Cambios con cambios en las preferencias de los votantes y de los activistas

 
 
 
Numerosas de las predicciones de la Tabla 2 han sido sujetas a investigaciones exhaustivas, si bien usualmente no en un intento de entender mejor a los partidos. Tenemos amplio conocimiento del impacto de los manifiestos y plataformas sobre las políticas, pero poco más que dispersa evidencia sobre lo que se ha vuelto una cuestión crucial: "¿Quién controla las plataformas?" La laguna es lamentable porque nuestros tres modelos hacen predicciones notoriamente disímiles. Los futuros candidatos ejercen un control de mayoría sobre la plataforma, de acuerdo con los modelos de generaciones superpuestas; los funcionarios electos tienen el control, de acuerdo con el modelo de hegemonía de los funcionarios; y los líderes más los activistas tienen el control en el modelo de disparidad curvilineal. Nos beneficiaríamos también de estudios más sistemáticos sobre la relación entre plataformas de partidos nacionales y los modos en que compiten los candidatos individuales de los partidos. La hegemonía de los funcionarios postula plataformas que son nacionales en el sentido que todos los candidatos de un mismo partido compiten sobre la base de la misma plataforma y que los votantes identifican a todos los candidatos del partido con este conjunto de posiciones. Alternativamente, si la plataforma de un partido es construida a partir de las plataformas de candidatos individuales, el resultado sostenido por S. Ansolabehere y J.M. Sneyder (manuscrito inédito) no se sostiene (ver Austen-Smith 1984).
La misma queja se aplica a la cuestión "¿cuáles son los mecanismos de control que los partidos ejercen sobre sus funcionarios electos?". Investigaciones futuras podrían beneficiosamente concentrarse en estos mecanismos. En la hegemonía de los funcionarios, no hay ningún control; en la disparidad curvilineal la "voz" es el mecanismo de control. Los modelos de generaciones superpuestas postulan servicios -defensa del funcionario delante de la opinión pública y la prensa, ayuda para establecer su agenda en la legislatura- o democracia al interior del partido. Cualesquiera de estos mecanismos puede ser tratado como una variable independiente cuyo valor varía a lo largo del tiempo dentro de un sistema dado o a través de sistemas. Uno podría entonces testear variaciones en las variables dependientes, tales como efectos del último período (last-term effetcs), congruencia política entre funcionarios y potenciales futuros funcionarios electos del mismo partido y congruencia entre las preferencias de los votantes y la política de gobierno. Además, en los modelos de generaciones superpuestas, los gobiernos son inducidos a ser responsables por líderes partidarios que están preocupados por las futuras elecciones. La responsabilidad de los funcionarios electos debería ser menor en países donde la democracia y la carrera política en partidos son periódicamente interrumpidos por golpes. Si los modelos de generaciones superpuestas postulan el mecanismo correcto, investigaciones comparativas deberían revelar una asociación entre la edad de los partidos y la edad de la democracia, por un lado, y la responsabilidad de los gobiernos, por el otro. Una queja común acerca de las nuevas democracias es que los gobiernos son irresponsables (ver O´Donnell, 1994) Investigaciones más informadas teóricamente sobre los partidos en estas democracias como opuestas a los sistemas democráticos estables podrían muy bien sacar a luz evidencia a favor de las generaciones superpuestas.
Algunas investigaciones sistemáticas se han ocupado de la pregunta "¿tienen distintas clases de actores en los partidos, distintas preferencias políticas?" En los modelos de generaciones superpuestas, los miembros del partido pueden tener todos la misma preferencia política primitiva; los funcionarios electos que están prontos a retirarse pretenderán satisfacer sus propias preferencias, pero son mantenidos en la posición del votante medio por los líderes partidarios más jóvenes. De este modo, las preferencias políticas "inducidas" de funcionarios actuales y futuros -preferencias que ellos divulgarán públicamente y que intentarán llevar adelante en sus cargos- serán las mismas. En el modelo de hegemonía de los funcionarios, ningún actor partidario se preocupa mucho por la política y todos se preocupan principalmente por los cargos; debería observarse un conflicto entre legisladores de un partido y quienes pueden ser legisladores de distritos controlados por otro partido, en la medida que estos últimos pretenden cambiar la plataforma de un partido en una dirección que mejore sus chances de ganar. La disparidad curvilineal predice activistas que son extremistas en relación a la mayoría de los votantes y líderes partidarios que caen entre estas dos posiciones.
Iversen (1994 a, b) encuentra evidencia en Europa que es contradictoria con esta predicción. No obstante uno debería ser cauto con respecto a sus datos de las preferencias políticas de los líderes partidarios que surgen de encuestas realizadas en congresos de partidos. Estos actores ultra estratégicos pueden querer aparecer audaces en sus posiciones ideológicas a los ojos de los activistas que abundan en tales congresos, y esta postura estratégica podría influir sus respuestas a las preguntas de las encuestas. Bruce et. al. (1991) presenta evidencia de que los líderes de los "partidos presidenciales" son ideológicamente más extremos que los electores de dichos partidos, por lo que concluyen que aquéllos están interesados en "la vindicación de posiciones ideológicas" antes que en la maximización de cargos o representaciones, un hallazgo aparentemente contradictorio con las predicciones de las generaciones superpuestas y más en línea con la disparidad curvilineal. La dificultad es que los "líderes" de Bruce et al. -directores campaña a niveles de distrito- se parecen sospechosamente a los activistas de Hirshman (1970). La pregunta crítica es ¿cuán probablemente ellos competirán alguna vez por cargos electivos?
La responsabilidad de gobierno, definida como un cambio en la política gubernamental en respuesta a cambios previos de preferencias de algunos otros actores, es un tópico que ha sido bien investigado. La predicción de los modelos de generaciones superpuestas es que los funcionarios serán inducidos por los futuros candidatos a ser responsables ante el votante medio. La predicción de los modelos de hegemonía de los funcionarios es diferente; el gobierno como un todo, tal como una legislatura completa, puede ser claramente irresponsable frente al electorado considerado en su totalidad; pero el programa de un partido dado debería reflejar las preferencias del votante medio del distrito en aquellos distritos que están bajo el control del partido. La disparidad curvilineal predice una clase de responsabilidad encubierta; los gobiernos pueden, por ejemplo, cambiar su posición cuando la preferencia del votante medio cambia, pero toda la responsabilidad política es mediatizada por activistas, quienes por definición son extremistas. Los investigadores han usado amplias y diferentes estrategias para escrutar la responsabilidad. En los Estado Unidos un temprano e influyente ensayo de Miller y Stokes (1966) encontró que los miembros del Congreso eran responsables a (o ideológicamente predispuestos a acordar con) los votantes de sus distritos. Investigaciones posteriores cambiaron hacia un nivel más agregado mirando la responsabilidad completa de ramas de gobierno frente a cambios en la opinión pública (Stimson et. al., 1995; Page y Schapiro, 1992; Michler y Shechan, 1993; Bartels, 1991, Jackson y King, 1989). Su hallazgo básico es que el gobierno americano es responsable frente a cambios en la opinión pública. Stimson et. al. (1995), por ejemplo, muestran que entre 1950 y 1990, un cambio de un punto en la opinión pública hacia la izquierda o hacia la derecha sobre una escala ideológica, era seguido por un cambio de 0.74 en la misma dirección por el presidente y un cambio de 1.01 en la misma dirección por la Cámara de Representantes. Tan poderosos fueron los cambios en la opinión pública que redujeron el efecto de cambios partidarios en la composición de la Cámara; un incremento de un 1% en legisladores demócratas (cerca de 4 miembros adicionales) produjo sólo un 0.48% de incremento en liberalismo político.
Nótese que el cambio en la estrategia de investigación, desde la desagregación a nivel de distritos individuales a la agregación al nivel de la opinión pública general y el gobierno como un todo, cambia el significado de estos hallazgos para la teoría de partidos. Para elegir entre los modelos de generaciones superpuestas y de la hegemonía de los funcionarios, necesitamos saber si la responsabilidad de los legisladores individuales frente a sus distritos es más o menos poderosa que la responsabilidad del gobierno como un todo frente al electorado.
Otro modo en que los cientistas políticos han investigado la responsabilidad es examinando el poder predictivo de posiciones políticas pre-electorales y posiciones gubernamentales post-electorales: "responsabilidad de mandato" (S.Stokes 1999). Su razonamiento es que manifiestos y campañas expresan las preferencias de los votantes interpretadas y agregadas por los partidos, de tal modo que permanecer fiel a las posiciones de campaña es equivalente a permanecer responsable frente a los votantes. La mayoría de los estudios encuentran una consistencia sustancial entre campañas o manifiestos pre-electorales, por un lado, y políticas gubernamentales, por el otro (Krukones, 1984; Fishel 1985; Butge et. al., 1987; Keeler, 1993; Klingemann et. al., 1994). The Comparative Manifiestos Projetc encuentra que los manifiestos predicen las políticas; los autores acreditan esta responsabilidad a los partidos políticos.
La significación teórica de la responsabilidad por mandato depende de la perspectiva que uno tenga de los partidos. Como se mostró arriba, de acuerdo con la disparidad curvilineal las preferencias políticas inducidas de los líderes divergen, en la dirección del votante medio, de las posiciones más extremas de los activistas de su propio partido. Los activistas pueden usar los manifiestos partidarios como un contrato entre ellos y los líderes, una expresión pública de la posición que ellos fueron capaces de conseguir que los líderes adoptaran a cambio de mantener su voz "baja". Si los partidos son sólo parcialmente responsables frente a los votantes y si los manifiestos son un testamento de la brecha entre los activistas partidarios y los votantes, la predicción política de los manifiestos puede indicar lo opuesto a la responsabilidad frente a los votantes.
El considerar a las teorías de los partidos debería hacernos cautos acerca de las diferencias entre lo que los políticos expresan en sus discursos de campaña, debates y convenciones para nominar candidatos, los cuales son dirigidos a los votantes y el programa que ellos respaldarán, el cual puede tener más que ver con sus relaciones al interior del partido. Los manifiestos no son generalmente ampliamente difundidos entre los votantes. Los estudios de la fidelidad de los partidos a sus posiciones de campaña han examinado la política real en relación a los discursos de campaña (Krukones, 1984; Fishel, 1985; Keeler, 1993), a los manifiestos escritos (Budge et. al. 1987; Klingemann et. al. 1994) o a ambos (S. Stokes 1998 b) sin considerar la potencial y sistemática diferencia entre discursos y manifiestos. Una posible implicación de la ley de la disparidad curvilineal, y de la modificación que sugerí arriba, es una diferencia consistente entre los dos, con los discursos más responsables y los manifiestos menos responsables frente a los votantes.
Otra predicción rival, apoyada por algunos datos, se refiere al efecto del último período (last term effect), esto es, un cambio en la conducta de un funcionario electo cuando no enfrenta una reelección al fin del período. La predicción sobre efectos de último período es que serán mínimos en los modelos de generaciones superpuestas: si los servicios, la defensa ante los medios y otras ayudas como estas son efectivas, entonces los miembros más jóvenes deberían ser capaces de inducir a los funcionarios prontos a retirarse a no apartarse de las políticas que el partido hizo públicas en su campaña. Los otros modelos predicen efectos del último período significativos. Si la ley de la disparidad curvilineal es efectiva, los líderes en su último período pueden muy bien retornar a sus preferencias primitivas o pre-electorales, las cuales deberían ser (como aquellas de los activistas), más extremas que las de la mayoría de los votantes. Las predicciones de la hegemonía de los funcionarios son menos claras. Por definición, los funcionarios electos no se retiran. Si ellos se retiraran y si su voto en la plataforma partidaria aún contara, ellos podrían favorecer un cambio en la dirección del electorado medio y más alejado de la media de distrito con el fin de incrementar el número de escaños de su partido en la legislatura. Para Estados Unidos, hay algunos soportes empíricos sobre efectos de último período: son pequeños; ningún cambio significativo en su conducta es observada entre los miembros del congreso que no están buscando la reelección (ver Lott y Bronars, 1993 y citas en este trabajo)[7]. La ausencia de efectos de último período apoya los modelos de generaciones superpuestas, pero necesitamos más datos.
Lo dicho anteriormente sugiere futuras líneas de investigación que pueden ayudar a decidir en el debate entre los partidos como causa de responsabilidad y los partidos como causa de irresponsabilidad. No obstante, la combinación de perspectivas puede ser tan fructífera como la elección de una de ellas. ¿Por qué no podemos pensar que los modelos de generaciones superpuestas y disparidad curvilineal son retratos precisos de diferentes partes de los partidos políticos? Quizás los partidos están compuestos de candidatos o funcionarios actuales, futuros candidatos que están interesados en mantener a los actuales funcionarios en línea con las preferencias de los votantes y activistas quienes no tienen ninguna perspectiva de acceder a cargos y que se preocupan más por la ideología y la política y que tienen medios de inducir a los candidatos a alejarse del votante medio. Cuando un líder partidario está buscando activamente un cargo electivo o tiene un cargo y puede buscar la reelección, sería de esperar que se alíe con otros líderes que algún día serán candidatos y se distancie de los activistas. Pero cuando se convierte en un funcionario que enfrenta su último término, sus aliados naturales deberían ser los activistas partidarios, y sus naturales antagonistas pasarían a ser los líderes que competirán en el futuro. Un patrón horizontal de cohesión partidaria debería aparecer cuando un líder es reelegible; un patrón vertical de cohesión, vinculando funcionarios con activistas contra los líderes, debería aparecer cuando el líder no tiene posibilidad de reelección.
 
 
Partidos y democracia: consideraciones finales
 
Hoy, más población del mundo vive bajo democracia que nunca antes. De aquí que es más urgente que nunca comprender cómo funciona la democracia y evaluar cuán bien ella desempeña las funciones que se le imputan, tales como responsabilidad, representación y realización del bien público. Los observadores de la miríada de nuevas democracias alrededor del globo (pero no sólo ellos) se lamentan de la poca efectividad de la democracia en alcanzar estas funciones. Frecuentemente culpan de estas falencias a la debilidad de los partidos políticos (ver Mainwaring y Scully, 1994). A la inversa, cuando los observadores detectan un fortalecimiento de los partidos en las nuevas democracias, esperan que la representación y la responsabilidad se vean similarmente fortalecidas (ver Dix, 1992).
Ciertamente, es difícil desprenderse de la intuición de que cuanto mayor es la presencia de los partidos políticos más consolidada está la democracia. No obstante, puede muy bien ser que los partidos sean señales de democracia, inevitable expresión de su avance, sin que estén causalmente conectados con todo lo que se presume de bueno de ella. Si el precedente panorama a través de la teoría democrática empírica nos enseñó algo, es que la conexión entre partidos políticos y la responsabilidad de los gobiernos elegidos no está en absoluto establecida. Algunos modelos contemporáneos de partidos políticos refuerzan el temor de los teóricos más tempranos de que los partidos políticos pueden interponerse entre los gobiernos elegidos y el logro del bien publico. En la concepción original los partidos políticos eran parciales y vinculados a las pasiones y los prejuicios de la opinión publica local; en algunas concepciones recientes, los partidos son parciales en relación a su propia visión de lo que es bueno y no se someten al constreñimiento por la opinión pública.
Es claro que los partidos están aquí para quedarse, que son una parte inevitable de la democracia. Si, como Schattschneider creía, los partidos políticos construyeron la democracia moderna o si ellos son una perdurable maleza en su jardín, es una cuestión que la investigación en el ámbito de la ciencia social aún no ha respondido.
 
 
Reconocimientos
Agradezco a Bob Boatwright, David Laitin y Margaret Levi por sus comentarios.
 
 
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Notas

[1] El silencio persiste. La enciclopédica Democracy and its critics  (. Dahl, 1989), sólo le dedica a los partidos políticos siete de sus cuatrocientas páginas
[2] Los espacios de temas son aquellos en los cuales las posiciones pueden ser definidas a través de un espacio euclideano. Un ejemplo son los impuestos: en teoría, el punto ideal de la gente puede caer en cualquier punto entre 0% y 100% de la tasa impositiva. Temas de valencia, por el contrario, son aquellos que "involucran el vínculo de los partidos con alguna condición que es positiva o negativamente valuada por el electorado" (D. Stokes, 1966:170-71). Un ejemplo es la prosperidad o la corrupción. Mientras la estrategia en el espacio de temas es concebida como una cuestión de colocar al partido en el punto próximo a algún conjunto de votantes cuyo apoyo el partido quiere movilizar, la estrategia del partido en un espacio de valencia es tratar de establecer un vínculo en la mente del público entre el partido y el tema con valencia positiva; por ejemplo, ser conocido como el partido de la prosperidad o de la anticorrupción.
[3] La predicción asume que las funciones de utilidad de los votantes son de "un solo pico" y declinan asimétricamente a medida que la política se aleja de su punto ideal, un supuesto desafiado en el modelo direccional. Para discusiones sobre la extensión del modelo de Downs al espacio de temas multidimensionales, sistemas multipartidarios y una variedad de reglas electorales, ver Hinich y Munger (1994) y Cox (1990, 1997).
[4] Strom (1990) sugiere que distintos objetivos de partidos no son características estáticas de estos, sino que son endógenos al ambiente institucional.
[5] Supuestos adicionales son que las preferencias de los votantes son formadas por procesos diferentes que la competencia entre partidos y, relacionadamente, que los partidos están concentrados en la elección actual -supuestos que son desafiados por la teoría de la movilización, como se indicó más arriba.
[6] La otra explicación para las campañas es que ellas inducen a la participación en aquellos lugares en los cuales votar no es obligatorio. Pero aún donde es obligatorio, como en buena parte de América Latina, grandes sumas son gastadas en enviar mensajes políticamente relevantes.
[7] Ellos, sin embargo, votan menos. Los miembros del Congreso que están en su último período no son "irresponsables ideológicos" sino sólo irresponsables!
“Los partidos políticos crearon la democracia... la democracia
 

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