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Paradigma educativo

 

Universidad Jesuita

Es conocido que Ignacio de Loyola no era un académico, ni tuvo como primera opción vital la vida académica. Debido a sus reiterados conflictos con la Inquisición, decide iniciar sus estudios universitarios con una finalidad clara: tener la solvencia académica necesaria que respalde su palabra acerca de Dios. Con ese objetivo emprende sus estudios en Alcalá, Salamanca y en Sorbona (París). Su título universitario será la herramienta que lo habilitará para hablar de Dios con fundamento en un mundo complejo y cada vez más plural.

Al fundar la Compañía de Jesús, tiempo después, tampoco pensó en que los jesuitas se dedicaran al mundo universitario. Su visión de la Compañía era la de una orden misionera que no debía tener instituciones propias, ni educativas, ni religiosas. La Compañía de Jesús debía ser una especie de “caballería ligera”; una orden religiosa que llegara allí donde otros no podían hacerlo, para anunciar la Buena Noticia de Jesucristo.

Sin embargo, la realidad le vuelve a torcer el rumbo. Ignacio recibe numerosos pedidos para que los jesuitas acepten colegios y funden universidades. Así, después de un discernimiento que tiene en cuenta la realidad, en 1548 (recién ocho años después de la fundación de la orden), la Compañía funda el primer colegio (Colegio de Mesina). Al poco tiempo funda la primera universidad. Lo hace porque descubre la potencialidad de una institución de las características de una Universidad para anunciar la Palabra de Dios.

Ignacio, discípulo de la realidad

Como se ve, Ignacio tenía unos planes, pero la realidad le fue mostrando otra cosa. Primero, que el estudio era fundamental para hablar de Dios con fundamento y lucidez en un mundo complejo y plural; y segundo, que las Universidades son un medio privilegiado para anunciar la palabra de Dios en ese mundo. La Universidad es vista por la Compañía de Jesús, como el lugar en el que confluyen los saberes, el espacio de diálogo desde la fe, con la cultura y con la reflexión acerca de la vida de los pueblos y de las personas.

Ignacio fue un gran discípulo de la realidad, animado por su profunda convicción de que Dios habla en la realidad. Sostenía que Dios le iba guiando como un maestro a su alumno, enseñándole. Y esa enseñanza provenía de la pedagogía de la realidad.

Esa afición por la realidad la heredamos los jesuitas de Ignacio de Loyola. Y aprendimos también los jesuitas a la luz de nuestra tradición cristiana, que Dios tiene rostro humano, por eso nada de lo humano nos es ajeno.

Y leyendo el Evangelio hemos descubierto además, que Dios se identifica particularmente con los rostros de los pobres y los sufrientes. Por eso nuestros estudios y nuestras instituciones universitarias tienen una finalidad clara: ayudar a liberar a los pobres de su opresión y secar las lágrimas de los sufrientes. La misión de la Universidad Jesuita no se mide entonces sólo por la cantidad de doctores (algo importantísimo), ni sólo por la cantidad de investigadores o de papers publicados (algo que también es clave), sino por su capacidad de generar personas capaces de transformar la sociedad en un lugar más humano, en el que el rostro humano de Dios resplandezca.

Finalidad de la Universidad Jesuita

Ignacio Ellacuría decía en uno de sus discursos universitarios que “El sentido último de la universidad y lo que es en su realidad total debe mensurarse desde el criterio de su incidencia en la realidad histórica, en la que se da y a la que sirve”.

Si aceptamos este sentido último para la universidad, entonces debemos plantearnos con claridad algunas cosas: el horizonte que nos inspira; cuál es el campo en el que se da la acción universitaria; el método de incidencia en la realidad; la actitud de la Universidad ante la sociedad y, por último, la finalidad de la acción universitaria.

El horizonte de nuestra actividad universitaria es incidir en mejorar la vida de las grandes mayorías oprimidas y sufrientes, ese es el horizonte que debe animar la formación de profesionales, la producción de conocimiento y la vinculación de ese conocimiento con la realidad. Es el rostro del Dios sufriente en la humanidad sufriente y expectante, el horizonte último de cada clase, de cada investigación, de cada paper publicado, de cada transferencia tecnológica, de cada acción de proyección social de la Universidad.

El campo en el que se da la actividad universitaria es el campo de la cultura. Cultura entendida no desde el sentido clasista, sino como el modo en que los seres humanos afrontamos la vida y la muerte. La Universidad —en palabras de Ellacuría— debe hacer de sus miembros “cultivadores racionales de la realidad”.

El método eficaz de la acción universitaria es la palabra. Creemos en la fuerza de las palabras. Toda reflexión filosófica, politológica, pedagógica, epistemológica se construye de palabras. Las palabras evocan realidades. “Por la palabra fueron hechas todas las cosas”, afirmamos los cristianos. Pero no es cualquier palabra. Es una palabra universitaria. Por lo pronto debe ser una palabra sólida y eficaz. La solidez y eficacia de esa palabra se apoyan, ante todo, en que tenga racionalidad y cientificidad. En nuestra cultura el saber es cada vez más un poder, sobre todo si ese saber es por su propia naturaleza, efectivo. Y el saber universitario será efectivo cuando proponga las mejores y más eficaces soluciones a los problemas apremiantes de la sociedad, en particular de los sectores más vulnerables y vulnerados.

La actitud de la Universidad ante la realidad debe ser crítica y constructiva. La Universidad, si bien debe formar profesionales para este mundo, no pude concebirse a si misma en base al seguidismo del mercado. No puede hacer lo que el mercado le pide, formar los profesionales que le reclama el mercado sin detenerse a hacer una crítica del estado de cosas que reproduce injusticia y desigualdad por todas partes. Una desigualdad promovida y esparcida por el mercado en el que suelen ganar los mismos siempre y en el que los perdedores, ya se sabe, son también los de siempre. Por eso la Universidad debe ser crítica lúcidamente de todos los poderes, los poderes políticos, económicos y religiosos, para que su acción sea libre y capaz de transformar desde las causas y formar profesionales capaces de transformar la realidad.

El objetivo último de la actividad universitaria es el cambio de las estructuras. Es decir que no trabajamos con la fuerza de las palabras en la cultura, críticamente, para transformar personas solamente. Buscamos, por cierto, transformar conciencias desde una mirada más humana y más cristiana; pero también la Universidad debe tener en su horizonte último la intención de transformar la sociedad desde sus estructuras para que haya de verdad más y mejor educación, acceso a la salud para los pobres, acceso a la justicia para todos y en particular para los sectores más desfavorecidos de la sociedad. 

Concluyendo

Volviendo al comienzo: También a nosotros, como a Ignacio de Loyola, la realidad nos habla. Y también podemos nosotros escuchar en ella el susurro de Dios ¿Qué nos dice Dios desde la realidad hoy?, ¿Qué preguntas resuenan hoy para repensar nuestros planes de estudio, nuestros temas de investigación, nuestra proyección social?, ¿Qué pensará Dios de nuestros planes de estudios, de nuestros graduados, de nuestros proyectos de investigación?, ¿Qué pensará Dios de nosotros?

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Lic. Rafael Velasco, S.J.

 

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